La nieve se derritió y en mi interior sabía que eso significaba algo, que debería importarme. De repente crecieron muchas flores entre la hierba y había mariposas e insectos.
En algunas ocasiones veía a las hierbas crecer y morir en segundos, como si su ciclo de vida fueran un parpadeo para mí. A veces veía fechas sobre las cosas, incluso cuando miraba el cielo encontraba epitafios dorados, indicios de vida y muerte, nacimientos de estrellas y fallecimientos de planetas que mis ojos por alguna razón alcanzaban a ver.
Todo transcurría igual de extraño.
Nosotros continuábamos con nuestra misión de buenos samaritanos.
Le enseñamos a una niña de seis años todas las groserías que nunca había aprendido porque sus padres eran puritanos y la aplaudimos cuando las recitó a gritos mientras levantaba los dedos medios al aire. Le mostramos cómo rapear a un hombre, meditamos junto a una budista que se sentía sola y estaba enojada porque la habían enterrado y no quemado (como era común entre los budistas, tal parece). Dejamos que un viejo nos predicara de dios y tomamos un té imaginario con un niño.
Y en cada momento fui sintiéndome mejor conmigo mismo. Estaba haciendo algo grande, podía sentirlo.
Podía sentir y eso significaba que mientras ayudara a las personas no me desvanecería.
Al menos no de momento.
Lo único que podía pensar es que estaba cada vez más cerca de mi casa. Me picaban los dedos cuando pensaba en ello. Arreglaría las cosas, yo sabía que sí.
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Los colores del chico invisible
Teen Fiction🔸Historia de capítulos cortos🔸 Clay tenía todo lo que un adolescente de quince años podía soñar: una familia encantadora, una novia que era su mejor amiga, buen promedio, desempeño físico y un futuro por delante. Pero el mundo le tenía guardado u...