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 —Es raro —comenzó, se quitó el cigarrillo de los labios y exhaló el humo—

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 —Es raro —comenzó, se quitó el cigarrillo de los labios y exhaló el humo—. El otro día estaba en la estación de metro y se me acercó un chico de esos góticos.

 Eddie, Bianca y yo sonreímos de oreja a oreja, sabíamos lo que estaba a punto de contar, nosotros lo habíamos ideado y habíamos presenciado cómo salía todo. Con aquella maniobra habíamos hecho que Bigotes (así llamaba Bianca a Ángel) se acercara más a mi familia y mi hermana se aliviara un poco.

 —Era raro, pero se veía triste, lloraba y me pidió consejo. Me dijo que no tenía padre, que había muerto su hermano mayor Claudio y que su madre estaba desbastada y no hablaba ni siquiera con su novio, no tenía amigos, ni hermanos, ni padres, estaba sola. Él se sentía preocupado porque su madre no tenía... amor, dijo que estaba huraña, que se había cansado de que la gente se fuera, así que ya no tenía a nadie y eso a él le pesaba. Traté de consolarlo y darle consejos, pero inmediatamente se fue como si ya me hubiera dicho lo que necesitaba. Pero bueno, él me hizo pensar en Mindy. Debe sentir que su madre depende de ella, esa niña debe estar tan sola en esa casa, es muy pequeña para esa responsabilidad...

 Quitó las cenizas de su cigarrillo con unos ligeros golpecitos y lo encajó nuevamente en sus labios, como una llave en la cerradura.

 —Así que la esperé en la puerta del colegio y le di mi número. Dije que me había perturbado lo que había pasado a su familia y que quería ayudar, que no era un lector de periódico que lee una desgracia y se va. Le comuniqué que si necesitaba hablar y descargarse con alguien que casi no la conociera entonces estaba a disposición de ser todo oídos.

—¿Y? —interrogó su amigo plateado.

—Que al cabo de una semana ella me llamó. Tiene once, por dios, se sentía triste, no sola porque me contó que tenía muchas amigas y que su mamá estaba mejor pero que aun así notaba que su madre se aislaba del mundo, iba al trabajo y ese era el único contacto con gente que tenía. La lleve a una feria y luego tomamos un helado y hablamos. Sólo hice que la niña se distrajera. Quedamos en que cada vez que se sintiera fatal, saldríamos a distraernos.

—¿Su madre se enteró de eso? —preguntó uno de sus amigos.

Bigotes se encogió de hombros.

—No sé, me da igual, tampoco lo hice para que se enterara, de verdad quería ayudar, sólo eso. Es una niña encantadora.

—Suena a ti Clay —susurró Eddie—. Siempre metiéndose en donde no lo llaman.

De repente sentí mucha empatía por Bigotes y fastidio por mí. Mi muerte había hecho que mi madre se separara del hombre de su vida, era perfecto como ningún otro. No solo se había separado de Ángel se había apartado de todo el mundo... sabía que mi madre tenía mucha gente en su vida, no recordaba ni uno, pero lo sabía.

De alguna manera sentía que ellos ya no me necesitaban, mi madre con el tiempo aceptaría a Ángel porque estaría loca sino. Él le mostraría que, a veces, la gente simplemente viene y ya.

Mi hermana siempre había sido fuerte. Por el momento la única que me necesitaba era Alicia y extrañamente no la veía desde mi funeral, la echaba tanto de menos que pensar en ella me dolía como miles de infartos intensificados.

—Acabo enamorarme —musitó Bianca bajando de la mesada de un brinco.

—Aparta, es de su madre —objetó Eddie con unos visibles celos en la voz.

Se interpuso entre Ángel y Bianca.

—Ya, pero si ella no lo quiere...

—Mejor nos vamos —dije mientras escurría agua de mi rostro y me dirigía a la puerta de salida—. Ya no tengo nada que espiar. Es perfecto.

—¿Ahora todos están enamorados de Bigotes? —reclamó Eddie alzando sus manos con exasperación.

Lo último que hice antes de marcharme fue observar el color sobre la cabeza de Ángel, era una mancha larga como si quisiera llegar a todas las demás y era de un hermoso color naranja, radiante, iluminaba las sombras de la habitación. Era enérgico, entusiasta y feliz me estimulaba a seguir, a ser creativo y alegre, me hacía sentirme bien conmigo mismo.

Sonreí y cerré, por primera y última vez, la puerta del departamento, allí ya había terminado. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora