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 Me quedé sin palabras y me paralicé en mi lugar mientras Bianca comenzaba a asustarse de mi presencia

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 Me quedé sin palabras y me paralicé en mi lugar mientras Bianca comenzaba a asustarse de mi presencia. Eddie se nos unió y supo lo que sucedía con la nueva y suelta intuición, de alguna manera yo también lo había sabido, pero no había querido aceptarlo.

—Bi... somos nosotros —susurró Eddie.

Ella ya había retrocedido lo suficiente.

—Váyanse.

—Pero...

—¡No estoy de humor para que se burlen de mí! ¿Sí? No los conozco así que váyanse —dictaminó realizando un gesto contundente con sus manos como si tratara de cortar hielo.

Eddie la agarró de los brazos y la sacudió.

—¡REACCIONA, MUJER!

—¡Oye! —protestó ella empujándolo—. ¡Estás asustándome, ya vete fenómeno!

Nos examinó con el entrecejo fruncido y de repente su mirada se iluminó como si alguien allí hubiera vertido, furtivamente, conocimientos que antes no estaban. Sus ojos se humedecieron, sus labios temblaron, se cubrió la boca, se sentó sobre el escalón y rompió en llanto. Bueno, rompimos.

—Oh, Bianca —musité con la voz enternecida y me senté a su lado.

Ambos le flaqueamos los costados y le pasamos un brazo por la espalda delgada, sus músculos de gimnasta aún estaban definidos, su piel era tersa y templada. Nos quedamos en silencio hasta que ella habló aún con la voz angustiada.

—No puedo creer que los haya olvidado. No estaban ahí. Juro que no eran ustedes... creí, no se parecían... yo no pensaba bien...

—No es tan grave, créeme, muchos se largarían a llorar si no nos olvidan —bromeó Eddie.

Nadie rio, pero se apreciaba el intento.

—Anda, no es tan malo —insistí—. Pudimos habernos conocido por segunda vez, hubiera sido divertido.

—¿Pasará cierto? ¿Moriremos de verdad?

—Dejaremos una imagen muda e invisible que nadie verá —le contestó Eddie—. Creo que eso es infalible, nos desvaneceremos mentalmente, pero me contento con dejar una imagen guapa.

—¿Por qué pasa esto? ¿Por qué no sólo morir de una vez?

—Una segunda oportunidad —contesté sin pensarlo.

—¿Qué?

Ambos ladearon la cabeza y depositaron sus pálidos y azules ojos en mí, acaricié la espalda de Bianca y observé nuestros pies: dos pares descalzos y un par de pantuflas.

—Estamos aquí para recibir una segunda oportunidad, yo para ayudar a mi familia, el niño para aprender groserías, Mindy Dindy para tener un amigo y jugar más tiempo, tú Eddie para encontrar el amor —Eddie se ruborizó, Bianca lo observó con curiosidad y él contestó que no tenía idea de lo que decía—, Bianca tú para ayudar a un hijo...

—Pero no tuve un hijo en este lugar.

—Yo —contesté alzando una mano—. Soy el hijo de otra persona, además, tengo quince, me doblas la edad, si hubieras sido un poco más desafortunada en el sexo te hubieras embrazado joven. Puedes tener un hijo de quince a los treintaidós.

—¡Válgame!

—Bueno sí, pero podrías, fuiste una mamá de reemplazo excepcional. Supongo que el universo a todos le da una segunda oportunidad.

—¿Eso quiere decir que cuando la cumplamos nos iremos?

Asentí.

—Entonces no cumplamos nuestra segunda oportunidad —propuso Bianca, esperanzada, enjugándose lágrimas.

—Pero eso significaría que estarías incompleta para la eternidad —expliqué sin ánimos—. De todos modos, desvanecerse no es tan malo, te esfumas, pero estás completo, cumpliste todo lo que esperabas de la vida. Desapareces, pero porque tienes todas las piezas de ti que, alguna vez, buscaste.

Eddie me revolvió mi cabellera blanca y húmeda y Bianca me besó la mejilla.

—Nunca te desvanezcas, Clay.

—¿Qué habrá del otro lado? —inquirió Eddie.

Nos observamos, sabíamos la respuesta. Nuestra intuición nos la proporcionó.

Vaya que sabíamos y por primera vez en mucho tiempo sentí paz.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora