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 Era una noche de hombres

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 Era una noche de hombres. Los amigos de Ángel se reunieron a fumar y jugar póker sobre la mesa de su cocina. Bianca estaba sentada sobre la mesada, a un lado del lavado. Yo estaba de brazos cruzados, descargando mi peso contra la heladera mientras Eddie se encontraba apoyado en el marco de la puerta. Una nube de humo procedente de sus habanos o cigarrillos los rodeaba.

 Aquel humo se dirigió hacia el rostro de Bianca, ella arrugó el rostro y fingió toser, agitando una mano frente a su cara. Ambos le celebramos la broma riendo distraídamente, pero regresamos sin retrasos a nuestra actividad de observar. Ella sonrió con suficiencia.

Por un momento una parte pequeña me decía que estaba mal husmear en las vidas ajenas, además Ángel era una persona encantadora, se merecía la privacidad. Pero había una nueva voz en mi cabeza que me decía que no tenía nada de malo lo que hacía, que todas las personas muertas lo hacían y ese pensamiento en parte era verdad.

Regla número catorce: la privacidad de alguien vivo no te importa mucho si estás muerto.

—Ese hombre hizo trampa por segunda vez —Señaló Bianca—. Se guardó las cartas en el bolsillo.

—Vaya, no es bueno ni siquiera carteándose, es la tercera vez que pierde —recordó Eddie y dio una vuelta rodeando la mesa—. De todos modos, ese va a ganar —decretó señalando a otro jugador.

Los hombres estaban hablando con los labios casi cerrados para no dejar caer los puros y yo prestaba atención a su charla. Ángel tenía el ceño fruncido para mayor concentración.

—¿Y cómo te va con tu chica, Án? —preguntó uno que tenía el cabello anaranjado y una mancha plateada sobre la cara que trasmitía paz y tenacidad.

Án se encogió de hombros y prosiguió con su juego.

—No es mi chica.

—¿No sale contigo?

—No, y aunque saliera tampoco sería mi chica.

Algunos de sus amigos se burlaron de su pensamiento, Bianca puso los ojos en blanco, en una muestra de compasión el hombre de plateado se retractó y volvió a formular la pregunta.

—Está bien —respondió Án sin despegar los ojos de las cartas.

—Hace un año que cortaron, sólo tuvieron dos citas, debes conseguir a otra ¿Tan especial es que no la superaste? —lo aconsejó un amigo de piel café y aureola añil.

—Estoy progresando, ahora creo que somos amigos. Pasó por mucho... en realidad no me necesita, supongo que si la canso me lo dirá y me iré —respondió Án—. Le daré el tiempo que quiera.

—¿Y qué progresos son esos? —inquirió un rubio escéptico dejando las cartas como si la conversación se hubiera tornado más interesante que el propio juego, era el que se carteaba.

Ángel comenzó a hablar con una sonrisa boba, la sonrisa de un enamorado. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora