51

220 60 2
                                    

 Cuando llegó la hora del almuerzo no podía esperar para ver a Alicia, trataba de moverme en la multitud imaginando cuál sería su color y con qué intensidad brillaría

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

 Cuando llegó la hora del almuerzo no podía esperar para ver a Alicia, trataba de moverme en la multitud imaginando cuál sería su color y con qué intensidad brillaría.

—¡Ya deja de dar brincos! —gritó a todo pulmón Eddie.

Él estaba nervioso y alterado porque no se acostumbraba a esa distancia de la zona-cuerpo y la única manera que había encontrado de superar el pánico fue reemplazarlo con estrés.

—¿La viste? —le pregunté y me quedé quieto, mirando a Pat mientras él hacía fila con las demás personas y hablaba con una compañera que se reía mucho cuando él decía algo.

—No —susurró furtivamente para que ella no lo notara, pero lo notó.

—¿Qué dijiste? —preguntó ella.

—Nada —respondió con una sonrisa nerviosa.

—Te esperamos en una mesa apartada —le informé—. Dime si ves a Alicia, pega el grito.

Pat asintió como si escuchara a la chica, pero me miró para asegurarme que me contestaba a mí. Nos sentamos en una mesa roja, vacía y apartada. Ese extraño lugar donde los chicos se juntaban a comer retumbaba en un constate bullicio, había carcajadas aisladas y ruidos como pisadas, pero lo único que yo quería escuchar era la voz de una chica.

La voz de alguien que había olvidado. Pero aún no había olvidado cómo extrañarla.

Y vaya que echaba de menos muchas cosas. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora