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 —Creo que te queda mejor la salmón —dije cuando salió del vestidor con una montaña de trajes y camisas en sus brazos

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 —Creo que te queda mejor la salmón —dije cuando salió del vestidor con una montaña de trajes y camisas en sus brazos.

 Se sorprendió al verme, pero no se asustó, era un progreso, mi carisma aumentaba.

 Únicamente soltó un quedo:

 —Caray.

 Su madre escudriñó a Pat con interés, en esa ocasión lucía un vestido de líneas oscuras. El halo luminoso de su madre era de color púrpura, tan brillante y ancho que era como una mancha sobre su cara.

 Pensé que el púrpura simbolizaba poder, nobleza, lujo y ambición. Me trasmitía riqueza y extravagancia. La mujer era alguien fuerte, bella y de porte imperturbable. Me pareció un color hermoso, casi perfecto. Pero ella no era consiente de mis pensamientos positivos hacia su persona, estaba demasiado concentrada en las palabras que su hijo se demoraba en formular (porque él se hallaba estudiándome con incredulidad).

 —¿Y? ¿No te gusta ninguna, bomboncito?

 Reprimí una risa, comprimí los labios y se escapó una especie de silbido. Bianca y Eddie no se esforzaron mucho en retenerla. Les di un puntapié y le indiqué con los ojos «No se rían, tiene problemas en el cole». Ambos asintieron con una sonrisa en los labios e hicieron un gesto como si corrieran una cremallera sobre la boca.

 —Eh... no sé... me da lo mismo —susurró Pat con timidez, viendo a mis amigos.

  La madre se giró hacia nosotros y al no ver nada regresó a su hijo un poco confundida.

 —¿Qué miras allá?

 —Ehhh... yo...

 —Dile que mirabas algo que te gustó —sugerí.

 —Miraba algo que me gustó.

 El rostro de su madre se iluminó como si le hubiera abierto la puerta a los cielos y la expiación de todos sus pecados:

 —Pues ve, bomboncito, agarra con lo que creas que te ves más guapo.

 —Pues no se llevará nada —susurró Bianca por lo bajo.

 —Dijo tantas veces bomboncito que creo que terminará por comérselo —opinó Eddie.

 —¡Oigan! —bisbiseé como última advertencia castigándolos con mi mirada.

 Ambos alzaron las manos en señal de rendición y se fueron a deambular por allí.

 La sastrería había talado unos cuantos árboles para construir el lugar, ya que todo estaba fabricado con madera, parecía que nos ubicábamos en el interior de una caja de zapatos. Las paredes estaban cargadas con estantes colmados de camisas, trajes y calzados. Nosotros nos encontrábamos sentados en un sofá redondo de cuero marrón.

 Bianca se filtraba en los probadores de los hombres que consideraba atractivos. Era un tipo de acoso, pero al considerar que estaba muerta se lo había ganado. Eddie observaba la mercancía con interés como si fuera a comprar algo y arrastraba las pantuflas sobre el suelo.

 Pat había terminado de hablar con su madre, cargaba unas nuevas camisas dobladas en sus brazos, me observó y con un ligero movimiento de cabeza me indicó un probador a la esquina. Reí, si alguien hubiera visto que lo seguía lo habría interpretado demasiado mal. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora