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 Pat se lució ese día

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 Pat se lució ese día.

No destacó como un meteorito cayendo a la tierra, pero sí que muchos voltearon a verlo por segunda vez y algunos creyeron que era su primer día en el colegio. Lo acompañamos a todas las clases que tenía, fingimos dar nuestras propias lecciones, deambulamos por los pasillos, le dijimos a Pat quién prestaba atención y quién no, incluso miramos que había dos enamorados mandándose mensajes.

—Te amo tanto mi pequeño cachorrito, espero tener unos dulces sueñecitos contigo esta noche, mi corazoncito de —Leí por encima del hombro del chico mientras escribía, fruncí el ceño y entorné los ojos—... mi corazoncito de... azúcar.

Pat trataba de contener la risa, el muchacho aparentaba ser osco, con sus músculos prominentes, su cabello en punta y sus tatuajes enlazados en el brazo, pero al parecer era un pequeño cachorrito. El adolescente rudo le envió la nota a la chica de curvas pronunciadas. Pat ya se estaba poniendo rojo de tanto apretar los labios para no sonreír. La chica leyó la nota, se mordió el labio y garabateó:

—¡OOOOOOOHHHHHH! —gritó Bianca que estaba ubicada detrás de la muchacha—. ¡Acaba de decirle que tiene la casa sola!

—¡OOOOOHHHH!

—¡SEGURO LO INVITA A VER PELÍCULAS! —rugió Eddie rápidamente.

Bianca soltó una risotada, se agarró el estómago y se deslizó al suelo en risas.

—Le dijo que es virgen. Eso no lo cree ni su madre.

—Lo dice para coquetear, así se ve más irresistible —la defendió Eddie—. Todo el mundo lo hace, yo lo hice millones de veces.

—¡Nadie miente así para coquetear! —espeté—. Ser virgen no te hace más ni menos atractivo.

Eddié masticó su cereal lentamente.

—Eh... ya lo sabía —Alzó un hombro, mostrado indiferencia— es obvio, estaba bromeando.

Todos se volteaban a escudriñar a Pat que trataba de ocultarse la cara y temblaba. Cuando me di cuenta de que lo distraíamos mucho, y quedaba como un demente, le di codazos a mis amigos y nos dispusimos a irnos, pero Pat suplicó:

—No se vayan, es la clase más divertida que he tenido en mi vida —susurró cuando nos dirigíamos a la salida.

—¿Qué señor Habana? —preguntó el profesor deteniendo su perorata.

Todos voltearon.

—Dile que da una excelente clase —sugerí.

—Da una excelente clase —confesó Pat con inseguridad.

—Sólo eso quisiste decir.

—Sólo eso quise decir.

—Ah —El hombre sonrió con suficiencia—. Gracias.

El profesor continuó la clase más animado, volcándole la felicidad que nacía en su pecho como un sol naciente que derraba a borbotones su luz dorada. Sonreí y choqué los cinco con Bianca, acabábamos de hacer a alguien feliz.

—No tomamos vacaciones —añadió ella.

—Somos lo máximo.

—Somos geniales.

—Y guapos.

—Perfectos.

—Graciosos e inteligentes.

—Somos irresistibles.

—Somos vírgenes —aporté entre risillas.

—Ea, tanto no.

Eddie cerró los ojos y fingió dormirse.  

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora