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 Pasé toda la noche concentrándome en que los colores brillaran, susurrándole a las personas sentadas, solas y tristes que perdieran miedo y bailaran, solos si era necesario

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 Pasé toda la noche concentrándome en que los colores brillaran, susurrándole a las personas sentadas, solas y tristes que perdieran miedo y bailaran, solos si era necesario. Querían que perdieran su aprensión a la crítica porque era más divertido cuando no se le temía nada. Al final hubo un semicírculo de más de diez adolescentes que danzaban torpemente, se reían y se preguntaban los nombres con interés.

—Me llamo Marco ¿Y tú?

—Esssteee... yo... —la chica se ruborizó.

—Esssteeeyo, es un placer conocerte.

—Dolores —emitió.

—Yo Francisco, como le Papa pero con más swag.

—Yo Denise.

El gimnasio entero era un mar de colores, manchas de tinta, luces palpitantes, humos que latían.

Me crucé de brazos y asentí satisfecho.

—Gran trabajo, Clay —Me felicité y me autochoqué los cinco—. Gandhi se creería el chico malo del barrio si te tuviera como vecino. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora