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 Pat nos había conseguido la dirección de Ángel, después de una maniobra que habíamos hecho con el hombre

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 Pat nos había conseguido la dirección de Ángel, después de una maniobra que habíamos hecho con el hombre.

Por suerte su casa estaba a veinticinco cuadras del cementerio así que pudimos llegar. Iría a husmear y vigilar cómo era su vida porque mientras más escuchaba de él más me parecía el candidato perfecto, se acordara de mi nombre o no.

Bianca y Eddie me acompañaron. Él vivía en un bloque de apartamentos, la puerta estaba cerrada así que lo esperamos hasta que llegó del trabajo. Cargaba bolsas de comida y un paraguas goteando, rebuscó en sus bolsillos, sus llaves tintinearon cuando las sostuvo en sus manos.

Ángel era alguien morrudo, alto, de bigotillo, cabello castaño, ojos avellanas detrás de cristales gruesos y cabello enrulado. Lo observé de cerca, tanto que si me hubiera visto se habría llevado un buen susto. Cuando abrió la puerta nos infiltramos por ella como lo haría una ventisca vespertina.

Al parecer le gustaba leer porque toda su casa estaba repleta de libros.

—Más le vale que sean matemáticos —opinó Eddie observando los títulos mientras Ángel dejaba las llaves en un plato cerca de la puerta.

El hombre colgó su abrigo y el paraguas, se dirigió hacia la cocina y comenzó a ubicar en su puesto los nuevos suministros. Bianca lo siguió mientras yo escudriñaba su desván. Había un pasillo que conectaba a la puerta de salida, una pequeña sala de estar con televisor, mesilla y sillones y otro pasillo que te conducía a su recamara y baño.

—¡Compró cervezas! —gritó ella desde la cocina—. Y muchas papas fritas, creo que invitará a amigos.

—Perfecto —Me entusiasmé y di un salto—. Siempre se es uno mismo cuando se está con amigos, veremos si es buena persona con ellos.

Eddie se desplomó con aburrimiento contra el sofá, su bata se abrió demasiado, desvié la mirada. Él tragó su desayuno interminable y se quejó:

—¿Cómo sabrás si es buena persona?

—Si no usa batas que se abren lo es —aportó Bianca desde la cocina.

Ed echó una mirada hacia sus partes y de un movimiento fugaz se cubrió con vergüenza.

—¿Tendremos que esperar a que vengan? —se quejó para desviar el tema.

—Sí y a que se vayan.

—¡Compró películas! —gritó Bianca, compartiendo más información.

—¡Por favor dime que no son películas para adultos! —supliqué, eso le restaría puntos.

Y como si quisiera constatar sus palabras Ángel desfiló con elegancia hasta su sala de estar, me puse de puntillas y leí los títulos, por encima de su hombro, antes de que las dejara en un cajón. Eran películas normales, genial.

—Vamos, quiero espiar su habitación —dije invitándolo a Eddie con una mano.

—Genial, Clay, acabas de superar a mi ex en escala de psicosis.  

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora