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 Me senté, estudié a M.D. que estaba observando el cielo en silencio, sus mejillas regordetas y su cabello por el hombro, que nunca había alcanzado a crecer, eran iluminados por la luz plateada de la noche.

Regla número doce: Las personas muertas tienen una fascinación por el cielo como si buscaran respuestas en él, tal vez porque sentían que ese fondo brillante y negro estaba conformado por espacios y distancias infinitas que jamás podrían conocer. 

—Oh, Mindy Dindy, estamos un poco jodidos y solos aquí.

M.D continuó escudriñando las constelaciones como si viera su caricatura favorita.

—No sé qué hacer con Alicia ¿Sabes? —dije volviéndome hacia Rocky para cerciorarme de que escuchaba, no quería dejarlo de lado—. Quiero que tenga otro amigo. Digo, piensa en esto M.D: ella ha sido mi alma gemela por casi diez años. Alicia tiene quince, si le diera la oportunidad a otra persona a los veinticinco tendría otro Clay que querría con todas sus fuerzas.

M.D desvió sus pequeños ojitos hacia mí y me observó.

—Pero ¿Cómo consigo mi reemplazo, Mindy Dindy?

Ella rio al escuchar su nombre.

—Sólo tengo a Pat —continué— pero él nunca ha tenido amigos, es alguien raro y peludo y las personas lo evitan...

De repente abrí los ojos como platos, me puse de un salto de pie, agarré en volantas M.D y la hice girar fascinado de mis propios pensamientos como si fuéramos intérpretes de una escena romántica.

—¡Eso es, M.D! ¡Pat será mi reemplazo! —Ella rio y su cuello laxo se meneó si estuviera poseída, yo no paraba de girar—. ¡Ambos se entenderán, son unos marginados! ¡Alicia lo querrá, estoy seguro! ¡Serán grandes amigos, envejecerán, se graduarán de la universidad, trabajarán, tendrán hijos peludos y atractivos, les dará artritis y cólicos frecuentes! ¡Y otro montón de cosas!

Me paré a la placa enterrada en el suelo que tenía su verdadero nombre y bailé. Agarré su bracito y lo moví rítmicamente hacia abajo y arriba siguiendo el compás de un vals, ella no paraba de reír, yo tampoco.

—Ma...

—¡Claro que sí, la mierda que quieras!

Rio.

—¡No puede fallar, M.D! ¡Es perfecto, voy a mejorar las cosas, ya lo verás! ¡Arreglaré mi error!

Corrí hacia Rocky para festejar mi gran plan, lo abracé y salté con ellos. Rocky no se movió, era como tocar una roca. Lo sabía.

—¡Grandes músculos, sigue así, Rocky!

Los dejé a ambos y fui corriendo por mis amigos. Tenía algo grande que contarles. 





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Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora