96

261 86 21
                                    

 El niño quemado, El Gran Otra, estaba dando una caminata nocturna con los nuevos llegados

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

 El niño quemado, El Gran Otra, estaba dando una caminata nocturna con los nuevos llegados. Al parecer había creado un ritual que se pasaría de generación en generación. Había un grupo que él dirigía, todos hablaban entusiasmados y nerviosos, casi con pasión. Me saludaron a pasar. Les conté hacia donde estaba por irme y me desearon suerte, algunos se enjugaron lágrimas, otros fingieron que me conocían por gentileza. El fuego que el niño tenía en el pecho se encendió como si alguien hubiera soplado, él había quedado como una braza.

—¿Te vas?

—Sí, lo siento.

—¿Me abandonarás? —preguntó con la voz herida como si lo estrangulara y retrocedió en sus pasos—. No me digas que siempre estarás conmigo porque es mentira.

—¡Puta mierda, ese cara de verga lo dirá! —añadió la niña calva.

Su rostro arrugado denotaba traición.

—Es que es mentira, no siempre estaré contigo, nuestros caminos se separan Otra, pero empezamos juntos, somos amigos todavía, un científico postuló un día que el pasado nunca deja de existir, ahora estás naciendo y muriendo, ahora nos conocemos y nos despedimos —susurré, me arrodillé para verlo a los ojos oscuros y carbonizados—. Y el pasado es algo que siempre cargas, que de verdad siempre está contigo, sea bueno o malo ¿Entiendes?

—Creo que sí, significa que me dijiste lo que te pedí que no me dijeras —sonrió para mostrarme que no me guardaba rencor, lo que quedaban de sus rasgos se suavizaron.

Asentí distraídamente, le di un beso en la mejilla, le choqué los cinco a la niña calva que me guiñó un ojo, me puse de pie y comencé a marcharme, pero Otranto, el Gran Otra, me gritó:

—¡Eh, Clay!

Me volteé, él se alejó de la multitud curiosa y avanzó hacia mí con la determinación de un eclipse. Sus manos carbonizadas se apretaron en dos decididos puños de euforia.

—Voy a caminar a todos lados Clay, ya lo verás, iré lejos, caminaré hasta otros enterratorios —Supe que se refería a cementerios—, le diré que pueden alejarse de su zona-cuerpo y a su vez ellos irán a otros más lejos, y esos comunicarán el mensaje a ciudades más lejanas. Haré lo que me dijiste.

—¿Yo te dije eso?

Él asintió con entusiasmo.

—Sí, me lo dijiste sin decirlo. Tú me diste la idea y haré que cada persona recuerde tu nombre, diré que todo fue plan de Clay el Chispieante. Seré algo así como... tu legajo.

—¿Querrás decir legado?

Él abrió los ojos como platos y asintió con una sonrisa de loco. No pude retenerme, me incliné y lo abracé por última vez.

—Adiós, Gran Otra.

Sentí su risa infantil y vergonzosa deslizándose sobre mi hombro. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora