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 —¡Qué chévere! —opinó Eddie al ver mi casa, colocando los brazos en jarras

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 —¡Qué chévere! —opinó Eddie al ver mi casa, colocando los brazos en jarras.

Entramos a la residencia sin que nos vieran, Pat estaba fuera esperando a encontrar el valor, le habíamos dado el tiempo que necesitara. Mi madre no estaba dentro, pude saberlo cuando crucé la puerta, se encontraba de compras. La luz del cielo estaba muriendo, su resplandor mortecino entraba por las ventanas y teñía la madera de las paredes.

Bianca observó las fotografías del vestíbulo. Señaló una.

—Qué guapo eras.

—¿Era?

—Ehhh... Eres.

Me aproximé para apreciar la imagen. Había sido unas semanas antes del infarto porque tenía la misma edad. Era yo y a la vez no, no parecía un albino o una imitación barata de Gasparin. Tenía el cabello color caramelo, los ojos verdes, la piel bronceada y una sonrisa chispeante, en la fotografía estaba abrazando a un chico de ojos rasgados y piel pálida, recordé su rostro, era el estudiante que se había chocado con otra persona en el colegio.

—Kevin —susurré, pero no podía recordar nada más de él.

Alguien caminó en el piso de arriba. Miramos el techo y luego asentimos.

Fuimos hacia allí.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora