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 —Así era Clay, él siempre se preocupaba por los demás —Humedeció los labios y juntó las manos—, una vez cuando tenía cinco años estaba en una plaza, jugando en un arenero con los demás niños, formando castillos y esas chorradas que hacen los niños. Entonces apareció una pequeña que tenía dos muñones en lugar de brazos, se apellidaba Schulz. Todos los menores se la quedaron mirando asombrados y hasta horrorizados porque bueno... eran niños, los niños no fingen y lo hacen sin maldad. Clay no fue la excepción, él también la miró raro porque era un idiota a veces, se impresionó al ver una niña casi sin antebrazos. Sus ojos se le salían.

Mi mamá rio y esa vez sí hubo felicidad en su garganta.

—Recuerdo que estaba a punto de llevármelo porque la miraba con descaro, no le sacaba los ojos de encima y los señores Schulz estaban allí, viendo como su hija no se integraba y cómo el mío era descortés. Pero entonces Clay se acercó a ella y le dijo que ella era sensacional porque se parecía a un tiranosaurio o algo como eso, se metió los brazos en el interior de la remera y la imitó. Cualquier adulto se hubiera ofendido con aquello, pero ella rio, estaba de moda Jurassic Park ¿Sabes? Así que en jerga de niños le dijo que estaba en onda. Todos amaban los dinosaurios.

Suspiró, la escuché, aunque me escondiera en el pasillo, cerca de la puerta, la sentí acomodándose en el sillón.

—Ellos terminaron fingiendo ser dinosaurios y destruyeron todos los castillos de arena de los otros niños, correteando y haciendo ruidos raros. Los otros padres vinieron a quejarse con nosotros y decirnos que nuestros hijos estaban causando desastre, pero los señores Schulz, aunque fingieron disculparse, estaban que rebosaban de alegría. Pero cuando los miramos todos los tontos mocosos estaban jugando a ser dinosaurios, destruir cosas y a comerse entre ellos.

Pat guardó silencio.

—¿Sabes por qué te cuento esta historia rara? Porque eso pudo haber salido mal de mil maneras diferentes; la niña pudo haberse ofendido, los otros pudieron llorar cuando destruyó sus estructuras de arena, su tonto plan pudo estropearse en cualquier momento, pero no pasó. Eran tonterías que podían salir mal de muchas maneras... pero Clay lograba que todos salieran conformes. Él siempre hacía cosas raras. Cuando venía del trabajo y él tenía siete me decía «Bienvenida a la fiesta», no tenía sentido. Veía el mundo de una manera extraña.

Apoyé mi cabeza contra el marco de la puerta.

—¿Quieres saber cómo me siento Patricio? ¿Cómo irá mi vida?

Pat no se movió, pero al cabo de unos segundos asintió.

—Pues me siento mal, estoy destrozada porque jamás tendré otro Clay pero sí tengo otra hija. Ahora se fue de viaje con unas amigas por las vacaciones de verano, sus amigas la alegrarán. Ella también lo echa de menos, pero sé que seguirá adelante, me refiero a que seguirá con su vida, no se estancará, Clay no se le hubiera permitido.

—Sé que no —susurró Pat.

—Cuando yo me quejaba de algo, o simplemente decía un comentario ligeramente negativo —continuó hablando como si ya no pudiera parar, sacudió la cabeza— como no sé... «Este auto es un asco, siempre se avería» Clay protestaba «No digas eso, mamá, piensa en todos los lugares hermosos que te llevó este carcajo» o mencionaba algo realmente estúpido como «Cierra el pico si es un transformers escuchará como hablaste mal de él y te lo hará pagar cuando gobierne la tierra». Él... sé que él ahora me diría que no llore por él porque tuve el gusto de compartir quince años y que al cabo ni cien años hubieran sido suficientes. Trataría de ponerme feliz así que lo haré por él porque ya no tengo a un Clay en mi vida, pero todavía tengo una Mindy, mi otra hija. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora