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Observé a Pat hasta que se marchó

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Observé a Pat hasta que se marchó.

 Me despegué del mausoleo donde tenía el brazo apoyado, me saqué el agua de la cara que continuó escurriéndose y fui a reagrupar mi pelotón de más de diez vecinos que me esperaban para que liderara sus caminatas experimentales. Estaba causando un verdadero movimiento en todo el cementerio.

 Ya había unos siete muertos reunidos en el punto de encuentro: una fuente abandonada. La mitad de ellos era niños o adultos jóvenes porque los ancianos se veían muy reacios a abandonar su puesto. Esperaba poder dar muchas otras caminatas antes de desvanecerme. Di unos pasos de baile e hice apertura como si señalara un telón.

—¿¡Están listos damas y caballeros!?

Una niña de doce, pelada y pálida, con una bata de hospital y medias blancas me aplaudió asombrada.

—¡Vaya! —soltó con un jadeo.

—Te esperábamos, Clay —dijo un hombre alzando un brazo en recibida— nos preguntábamos si esté sería un día feliz.

—¿Lo es? —pregunté levantando con mis brazos a un niño de cinco años que había muerto en un incendio, o algo así, estaba tan quemado como un trozo de carbón.

—¡Ya lo creo! —respondió él con su eterna voz de soprano.

—Entonces nunca se olviden de este día. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora