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—Ah

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—Ah...

Él quitó de un manotazo la nieve acumulada sobre su lápida, se lo veía enojado.

—Bueno, a nadie nunca le gustaron las matemáticas para serte sincero.

Él se desplomó sobre el suelo blanco.

—Pero a mí sí. Y lo peor es que ya ni siquiera sé qué son —agarró un puñado de aquella arena congelada—. Digo, esto podría ser matemática, tú podrías ser matemática. Ya es sólo una palabra que tal vez luego también olvidaré.

—Podrías escribir un manual de matemática como yo escribo un manual de reglas, inventa tus propias mates, al carajo con las reales.

Oprimió sus labios, meditando en la idea, se limpió las gafas con la muñeca.

—Sí, tal vez lo haga.

—Y que se muera Pitágoras.

—¿Quién?

—No sé, lo mencionabas mucho.

—De seguro ya se murió.

—Y de seguro ya olvidó lo que hasta él mismo inventó.

Eddie sonrió.

—Sí, seguro que sí.

—Incluso pudo haber olvidado su nombre —propuse—. U olvidado algunas letras, llamándose a sí mismo Pit, Ágo, Ras o Pito.

—Pito —susurró Eddie conteniendo la risa.

—Puede ser posible —aseveré.

Eddie rio.

—Sí, seguro que sí.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora