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 A veces creía que las personas eran planetas

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 A veces creía que las personas eran planetas. No porque ambos fueran bastos, ni porque era difícil hallar dos planetas iguales, o en el caso de la mamá de Pat porque ambos eran redondos, sino pensaba que las personas se parecían a los planteas por cómo eran.

 Cualquier planeta encuentra su perdición en un meteoro, siendo tragado por un agujero de gusano o absorbido por una estrella, pero como sea su final, el astro no opone resistencia, al igual que la gente. Se deja ser arrastrado hacia la devastación. Algunas personas incluso parecían que hacían fila para ser destruidas por algún idiota, era como si lo gozaran.

 En aspectos como esos son exactamente iguales, un planeta no puede autosanarse, de hecho, si recibe un golpe y se resquebraja, permanece así, sin que nadie, ni el mismo, pueda restaurarlo. Son vulnerables. La gente se parece a los planetas porque aparentan ser inmensos y poderosos cuando en realidad son tan frágiles como telaraña.

¿Por qué fingir algo que no eran? Sonaba horrible. Me pregunté si alguna vez yo había fingido y sentí pena de mí mismo porque haberlo hecho hubiera sido como acostarse a dormir en mitad de un mar: te ahogas.

Pero Pat era todo lo contrario, observando el suelo todo el tiempo y cubriéndose detrás de un fleco, hablando sin mirar a los ojos y viviendo en una soledad con la que no congeniaba. Él aparentaba ser frágil cuando en realidad era mucho más resistente por dentro.

Lo supe cuando se observó al espejo con una sonrisa admirada, recorrió su rostro con la mano sintiendo la suavidad de la recién afeitada.

—¡Qué guapo!

—¿Por qué lo dices si todavía no entre al baño? —inquirió Eddie desde la habitación. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora