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 Cuando llegué a Pat él estaba tirado en su cama, escuchando una canción no muy propia de una habitación sombría y oscura, era You and Me de Feldberg

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 Cuando llegué a Pat él estaba tirado en su cama, escuchando una canción no muy propia de una habitación sombría y oscura, era You and Me de Feldberg. Estaba arrebujado bajo una tonelada de mantas con la cabeza enterrada en la almohada. Me había oído entrar, había girado su cabeza, parpadeado y escudriñado sin ninguna sorpresa.

—¿Ed te lo contó? —Sus ojos estaban enrojecidos—. Lo siento, Clay, pero si te hace sentir mejor para ella soy un lindo recuerdo. Un recuerdo —repitió con una voz ahogada—. No es agradable ser un recuerdo.

—Es verdad, no es agradable —aseveré—. Es existir de otra manera, pero un recuerdo es, existe, y eso es mejor que nada.

—Creí que me amaba —susurró.

—Lo hace —dije sentándome en el mullido colchón—. Ella te amaba por eso se apartó, tiene miedo. Es una prueba, debes buscarla, ella no quiere que la dejes marchar. La conozco lo suficiente, fue mi mejor amiga durante toda la vida. Los últimos meses desde mi muerte sus sentimientos jugaron con ella, ahora Alicia quiere jugar con los sentimientos. Tiene miedo, Pat. Esa es la única razón por la que se apartó de ti pero te ama. Sólo debes probárselo. Ni siquiera ella sabe por qué se apartó de ti, pero no se alejará una segunda vez. Y si lo hace entonces tomen caminos separados, pero no lo sabrás si no vas. Sólo debes buscarla.

 Hablaba como si un viejo Clay estuviera recitándomelas, susurrándome las palabras, encerrado en el interior de una caverna, su voz llegaba deformada por la distancia, era como un eco lejano y grave. Estaba disperso, desde que había regresado en mí. Ya no podía pensar con claridad, sólo sabía ciertas cosas que estaban ahí, pensamientos chiflados o ideas que cuando quería atraparlas se desvanecían de mis dedos como si estuvieran echas de luz y pudiera verlas, pero jamás hacerlas mías.

 Él me observó, tenía la mitad de la cara oculta detrás de una sábana blanca, sus ojos cafés me escrutaban con atención, su silencio delataba complicidad e indecisión.

 —Vamos, Pat, la amas, ustedes son almas gemelas.

 —¿No eras tú su alma gemela? —inquirió.

 Ah, vamos Pat, no me lo hagas díficil.

 Hice una mueca con el labio, tal vez era una sonrisa, no sabía, sólo lo sentí moverse.

 —Pero Alicia ya no es la misma alma, cambió, las personas cambian, Pat, y lo hacen como resultado a sus decisiones ¿Qué decides ahora? ¿Quién serás mañana, Pat?

 —Me gustaba como yo era con ella.

 —Entonces encuéntrala, ve a buscarte.

 Pat se sentó en su cama y me observó.

—¿Dónde estabas? —Tragó saliva y sus ojos se empañaron, no necesitaba una intuición de muerto para adivinarlo—. ¿Te irás, no es cierto?

 —Ya no importa eso, estoy aquí y tengo una misión que completar —susurré—. Y planeo que me ayudes.

 La mancha azul sobre la cabeza de Pat comenzó a expandirse, dilatarse y contraerse como si fuera un corazón palpitando, brilló con intensidad. Él sabía que se aproximaba el final.

 —Lo haré.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora