57

309 90 15
                                    

Cuando abrí mis ojos Pat estaba chasqueándome sus dedos frente a la cara, parpadeé

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando abrí mis ojos Pat estaba chasqueándome sus dedos frente a la cara, parpadeé. El cielo estaba derramando rayos color sangre sobre las lápidas, estaba por llegar el firmamento oscuro y aterciopelado. El vigilante anunciaba que cerraban en quince minutos mientras agitaba una campana.

—¿Estás molesto? —preguntó cruzándose de brazos con un tinte de reproche en la voz, se encontraba agazapado y fingía apreciar mi lápida que ya no tenía regalos ni obsequios.

—¿Qué? —pregunté frotándome mis mojados ojos.

—Fue tu idea, viejo —explicó el levantando las manos con exasperación—. Además, fue sólo una charla.

—No sé... no sé de lo que hablas —protesté poniéndome de pie.

—Hace más de dos días que no pasas por mi casa ni apareces en el cole.

—Estaba soñando.

—¡Dos días!

—Oye, sabes que no sé cuánto es dos días —expliqué imitando su tonada imperante y desperezándome.

Pat se quedó un segundo en silencio, se veía avergonzado y apenado como si lamentara la manera en la que me había hablado. Jugueteó con los hilos de sus oídos.

—Eso significa que fui dos veces al cole, lo siento, lo había olvidado —hizo un gesto reflejo de acomodarse el fleco, pero recordó que no estaba allí, oprimió sus labios en una fina línea—. También significa que hablé dos veces con Alicia. Tuve que improvisar.

—¿Cómo te fue?

—Bien, ahora sé mucho de ella. Me pasó su número de teléfono y ayer hablamos hasta la madrugada y...

—Te gusta —completé espabilándome del todo. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora