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Se inclinó sobre ella, sus ojos se miraron como si estuvieran conectados con un hilo rojo, como dos cometas que atraviesan el universo en paralelo

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Se inclinó sobre ella, sus ojos se miraron como si estuvieran conectados con un hilo rojo, como dos cometas que atraviesan el universo en paralelo. Sus alientos cálidos y vivientes se mezclaron. Y hubo una supernova cuando ella lo besó.

No me lo esperaba, ni Pat, ni Bianca ni Eddie. Pero ella dio el primer paso, lo hizo como si entrara en una casa que conociera.

Sus labios chocaron creando un Bing Bang cósmico, creando vida. Alicia colocó una mano sobre su rostro y le acarició la mejilla. Eddie y Bianca asentían y sonreían con orgullo.

Me había quedado petrificado. Era cierto que me sentaba un poco mal, pero no tenía derechos de quejarme después de tanto insistir. Parpadeé pensando que no lograría nada sintiendo lástima por mí mismo.

Me pregunté si yo había besado a Alicia con la misma pasión, o si la había amado como ella se merecía o si era gentil. Pero las preguntas jamás se convertirían en respuestas, no importaba cuántas me formulara.

Después de todo era lo que había querido, era lo que había elegido, que ellos estuvieran juntos.

Vivir era escoger; tomar decisiones constantemente, equivocarse con frecuencia y sufrir las consecuencias. Cuando morías las cosas no tenían tantas repercusiones, no había efectos ni resultados colaterales. Tomar decisiones en la muerte era como tirar una piedra en un aljibe profundo, tan hondo que no puedes verla sumergirse en el fondo ni escuchar el sonido de su aterrizaje. Escoger, cuando estabas muerto, sin ver las consecuencias, era como desprenderse partes de tu cuerpo y al arrancarlas ver cómo se desvanecía tu piel.

No importara cuántas partes perdiera, hubiera dado mi cuerpo entero para saber lo que pensaba Alicia en ese momento.

Y en aquel momento pensé en el amor.

Me pregunté si estaba haciendo lo correcto y me devané los sesos por lograr ver la consecuencia de mis actos.

Mi intuición se encargó de contestarme.

Cerré los ojos sabiendo que la respuesta estaría en la oscuridad, porque todas las respuestas se encuentran en la oscuridad. Y como podía ver la muerte de los planetas y las hierbas crecer y morir en un segundo, podía ver gente. Sabía que lo que observaba se reproducía en el mismo instante que cerraba los ojos, todos viviendo un segundo que jamás regresaría.

Vi que un padre horneando panecillos para un niño ansioso, que alguien sacaba a su perro a dar una vuelta en el parque, vi que dos niñas se daban un saludo frotando sus naricitas y riendo, unos hermanos jugaban a las escondidas, también vi a una chica que repartía botellones de agua a una multitud que vivía en un clima árido, una pareja haciendo el amor con la mirada, viéndose con admiración, una madre con las palmas ardiendo de tanto que aplaudía en el recital de su hija, una tía llorando al ver a su sobrino por primera vez, unas chicas besándose, alguien visitando una tumba, un adulto leyendo un cuento a un niño, un adolescente cediendo su asiento a una mujer con el vientre abultado, unas manos unidas.

Sentí que viajaba por todos lados sin moverme, que veía tantos vivos como muertos besando, riendo y mirando. Amando.

Todos creían que estábamos rodeados de un infinito espacio con polvo estelar, pero estábamos rodeados de amor, igual de infinito.

Todas eran muestras de amor, pero ninguna era igual a la anterior. Y de repente vi una última imagen, estaba un chico blanco como un costal de harina viendo a dos personas besándose en un cine apartado y los observaba anonadado. Y aunque no era convencional era amor, al menos el que podía dar.

Eso le bastaba. Me bastaba ese amor que daba y no recibía.

Y aunque sabía que era un muchachito de quince y que nunca crecería en ese momento sentí que me convertía en un hombre.    

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora