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 —Invítala a salir —insistía siempre que íbamos a dar un paseo en auto con Pat—

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 —Invítala a salir —insistía siempre que íbamos a dar un paseo en auto con Pat—. Vamos, sé que quieres —dije enterrándole un dedo en la mejilla y girándolo.

Estaba sentado en el asiento de copiloto con las piernas sobre el tablero mientras Pat escudriñaba con atención el tráfico. Negó con la cabeza.

—No creo que quiera. Además ¿A dónde la invito?

—¿A cenar? —aportó Eddie, estaba abrazando a Bianca en el asiento trasero, ambos observaban el avance de los transeúntes.

—Sí, allí la gente se besa —agregó Bianca.

—¡Sí! —Aplaudí —. Gran idea, no te besa desde el cine.

—¿Y qué si no quiero besarla? —preguntó Pat levantando sus manos del volante—. Tal vez no es mi tipo.

No retiramos de la conversación y permanecimos en silencio, pero no porque su argumento fuera bueno y Pat haya ganado sino porque eran chorradas, la peor mentira que habíamos escuchado en toda nuestra muerte.

—¿Ya nos podemos reír? —preguntó Eddie—. ¿O tenemos que esperar a que digas otra estupidez?

Y nos reímos. 


Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora