36

352 110 6
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

 Me quedé merodeando por la casa de mi madre sin las fuerzas para irme. El miedo me devoraba y estaba forzando mi caminata lejos de la zona-cuerpo, pero no podía marcharme.

 Ella cenó sola, o al menos eso creyó porque yo me senté del otro lado de la mesa y comencé a contarle de mis nuevos amigos, de cómo a Eddie le gustaban las matemáticas y a Bianca bailar y ver a hombres en los vestidores. Pero cuando el pánico pudo conmigo me marché. La besé en la mejilla sin que ella lo notara, le prometí que no sería una despedida y que trataría de ayudarla, pero ya no se me ocurría cómo. De momento yo parecía necesitarla más que ella a mí.

Ya pensaría qué hacer al respecto.

Por el momento le prometí que volvería y le dije antes de irme lo que siempre solía repetirle cuando ella llegaba, sólo que esa vez fue al revés:

—Bienvenida a la fiesta. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora