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 Bianca nos condujo a una estación de servicio

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 Bianca nos condujo a una estación de servicio. En el camino se había olvidado hacia dónde íbamos, pero cuando le mencionamos la charla del fleco de Pat sus ojos se iluminaron, lo recordó y nos guío nuevamente.

 Detrás de los surtidores de gasolina había un pequeño supermercado cuyo letrero rezaba que abría las veinticuatro horas del día. No había ningún escarabajo de metal alimentándose de combustible, Pat los llamó autos. En la caja registradora había un adolescente con mucho acné que hojeaba aburridamente una revista con chicas en la portada.

 Ella caminó casi bailando por los pasillos hasta que encontró una sección de artículos para hombre, cogió una afeitadora y Pat negó con la cabeza captando la idea. Comenzó a susurrar excusas y retrocedió, pero ninguno lo oyó. Era la madrugada, pero aun así hicimos que comprara todo lo que necesitábamos y nos dirigimos a su casa.

 En su habitación tenía un baño donde nos encerramos.

 Bianca hizo que una toalla le cubriera el pecho como una capa al revés, lo sentó sobre la bañera, agarró unas tijeras y lo observó como si representara un desafío. Pat cerró los ojos. Eddie eligió ropa de su vestuario e hizo un montón que se llamaba «Enamora chicas» y otro que bautizó «Habló con muertos y nadie más».

 —¿Estás listo?

—¿De verdad tengo que cambiar para agradarle a la gente? —preguntó Pat dudando y observando entristecido sus pies.

—No —dijimos Bianca y yo al unísono.

—Jamás lo hagas —le dije—. Puedes ser cómo tú quieres y a la vez no importa cómo quieras ser, no importa si luces ropa negra, fleco o músculos, tú no eres eso, eres todo lo que se esconde detrás. Eres azul.

—No te obligaré a nada —apuntó Bianca—. Sólo pienso que a la chica la sorprenderías mucho si al día siguiente te sientas a su lado con la apariencia de otra persona. Nadie se resistiría ante tanta curiosidad. La muerte de esto —Ella agarró el lacio fleco— despertará una conversación en ustedes.

—Sería cómo la muerte de un soldado para ganar la guerra —apuntó Eddie desde la habitación—. Una misión kamikaze ¿Qué no querías romper el hielo?

Pat asintió. Bianca le alzó el mentón e hizo que los ojos de ambos se topasen como dos estrellas fugaces que avanzan en la misma trayectoria.

—Y no tienes por qué mirar tanto el suelo, mira arriba, el cielo no es el límite.

—Sólo queremos ver qué hay detrás de ese fleco —dije y Bianca afirmó mis palabras haciendo que las tijeras chasquearan ávidas, ella rio—. Si no te gusta te lo dejas crecer otra vez, sólo queremos cambiar tu apariencia. Romper el hielo.

—Estilo, look, llámalo como quieras.

—...después de todo, se cierra una etapa en tu vida, está bien probar cosas nuevas porque al final de este año serás un hombre.

Escuchamos a Eddie reír desde la habitación. Sí, tal vez habíamos exagerado un poco.

—¿Y si no me habla? —inquirió Pat menos dubitativo, sosteniendo la mirada.

Pensé en ello. Mierda.

—Entonces tendría que pensar en otra cosa, supongo.

—¿Quieres seguir?

—¿S-sí?

—¿Sí? —pregunté.

—Sí —contestó.

—¿Sí? —Se unió Bianca.

—¡SÍÍÍÍI!

—¿Listo? —preguntó Bianca.

Pat se dio una palmada al cráneo.

—¡VAMOS! 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora