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Pat estaba preparándose para ir al baile, él vivía a veinte cuadras del cementerio así que pudimos ir a su casa

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Pat estaba preparándose para ir al baile, él vivía a veinte cuadras del cementerio así que pudimos ir a su casa.

Le había dicho que lo había visto en la casa de mi mamá pero que me había escondido para que nadie me mirara.

Estábamos en su habitación, trazando el plan de cómo Pat trataría de reconciliar a mi madre con Ángel, al parecer el hombre la quería, y por el momento era lo mejor que teníamos. Ella había dicho que necesitaba tiempo, pero yo no tenía tiempo y quería verla feliz antes de esfumarme. Era mi único deseo, quería ver a todos en paz y felices antes de... que pasara lo que tenía que pasar.

Ángel era la mejor opción, al menos como amigo. Todo el mundo necesitaba amigos.

Eddie y Bianca estaban inspeccionado lo oscura que era su recamara, tenía más posters y carteleras que un cine. CDs de música se amontonaban en los rincones y la alfombra era rojo sangre.

Le pedí si podía ser amigo de Alicia, él al principio dijo que eso sería imposible así que le expresé que era importante para mí y me contestó que lo intentaría.

Se peinó el fleco que le ocultaba la cara, se miró contra el espejo, pidió opinión, levantamos los pulgares deseándole suerte y se fue a parrandear, o como él decía, quedarse en un rincón fingiendo ser invisible.

—¡Te olvidaste de la corbata, niño, tu madre estuvo dos horas eligiéndola! —le recordó Bianca tocando la alfombra del suelo como si fuera un cachorrito.

—Lo siento —se disculpó apocado por lo que se le venía encima.

Vi la seda azul que se enroscó en el cuello, le temblaban las manos.

—¡Eh, chico, sólo vas a bailar!

—O a ser invisible en un rincón —aportó Eddie.

—No ayudas —dije con una sonrisa poco encantadora.

Eddie se encogió de hombros, estaba saltando rígidamente en la cama sin despegar las piernas ni elevarse mucho.

—¿Qué? Matemáticamente no tiene oportunidad.

—Yo creo que sí las tienes —lo encomió Bianca con una sonrisa cariñosa, se acercó hacia él y le acomodó el nudo de la corbata—. Me recuerdas a mi hijo.

Ninguno de los tres pudo evitar la sorpresa, ella se apartó, pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro y se cruzó de brazos.

—¿Qué?

—¿Tienes un hijo? —pregunté con escepticismo—. ¿Desde cuándo?

—Desde siempre.

—¿Desde siempre? —se burló Eddie—. ¿Así que nasciste siendo madre? ¿Llegaste al ovulo de tu progenitora siendo madre?

—Sabes lo que quise decir —Puso los ojos en blanco—. Y para que sepan yo no lo abandoné, él ya se había ido cuando sucedió mi accidente.

Nadie había pensado en eso, mucho menos juzgado, pero al parecer ella se veía dolida, algo acorralada como si no pudiera recordar mucho de su hijo y eso la quebrara. Era irónico, se había suicidado por los recuerdos de su hijo y ahora muerta sufría porque no los tenía.

Le pasé un brazo sobre los hombros y ella apoyó su cabeza en mi clavícula, le susurré que todo estaba bien, no quería que se asustara, se merecía un tiempo de alegría después de todo lo que había pasado. Y si la alegría era muy inalcanzable se había ganado unos amigos que la apoyaran. No sólo ella, todos nos habíamos ganado un poco de compañía, incluso Pat.

Pensé en algo que decir para que todo se aligerara y mejorara.

—Pienso en algo que decir para que todo se mejore —profesé en voz alta.

—No puedo ayudar en eso —opinó Pat incómodo—. Yo no soy muy gracioso.

—Claro que eres gracioso —contradijo Bianca desde mi hombro—. Cuando llegamos a tu habitación dijiste: bienvenidos a mi palacio y eso fue gracioso.

—No te vi reír —señaló Eddie.

—Pero me reí por dentro porque su habitación no es un palacio.

—Elegante manera de insultar la recámara de alguien.

—Sigo pensando en algo —insistí.

—Puedes hacer un chiste con tu olor a cloro, eso estaría bien —presentó Eddie.

No sabíamos por qué, pero todos en la habitación nos reímos sin tener que haber hecho ninguna broma de mi fragancia eterna. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora