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Cuando regresé a mi puesto, desmenucé el ramo, arranqué las margaritas de sus tallos y con ellas dibujé círculos a mi alrededor, como si yo fuera un planeta mirando sus invisibles órbitas

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Cuando regresé a mi puesto, desmenucé el ramo, arranqué las margaritas de sus tallos y con ellas dibujé círculos a mi alrededor, como si yo fuera un planeta mirando sus invisibles órbitas.

Cerré mis ojos para concentrarme en los colores cuando se presentó un hombre, mirándome. Vestía un pijama ensangrentado y parecía encontrarse comiendo algo. Cuando me vio su expresión denotaba que no le daba crédito a sus ojos, paró de masticar y se petrificó en una posición.

—¿Clay? ¿Qué haces aquí? —habló atropelladamente y con nerviosismo—. ¡Te buscamos por todos lados! ¡Estábamos nadando y de repente te sumergiste y desapareciste! ¡No te encontrábamos! ¿Dónde... dónde demonios estabas?


Se apresuró con pasos precipitados y fruncí el ceño un poco molesto.


—¿Qué te pasa?

—Pat dice que desapareciste hace un mes ¡Un mes! —recalcó sacudiendo un tazón de cereal y me señaló airoso con una cuchara—. ¡No sé cuánto es pero me apuesto las pantuflas a que es mucho, jovencito! ¿Quieres reprobar mi clase? ¿Eso es lo que quieres?

Estaba comenzando a inquietarme, se veía como un demente.

—Yo... no.. te...

«Conozco» esa palabra rebotó en mi mente. Y de repente, como si alguien hubiera reprogramado mi cerebro el hombre cobró forma en mi memoria. Todo se solidificó en una parte de mi cabeza que se reía a carcajadas de mí.

—Ed...

Eddie se sentó suspirando a mi lado, fingió enjugarse sudor y me abrazó mientras me rompía en lágrimas.

Me sentía fatal por haberme olvidado de todos, no podía creer cómo se habían esfumado de mi mente. Una parte de mí se había negado, desde el primer día, y había creído que con un poco de amor se podía evitar todo; incluso que podía evitar el olvido. Pero esa parte no podía parar de llorar porque no sólo se había dado cuenta que estaba equivocada, sino que había notado lo doloroso que es perder la razón. Sentía que mi cuerpo temblaba, observé las margaritas en círculos que descansaban sobre la hierba asoleada.

Y pensé que tal vez ese pedacito ingenuo de mi mente tenía razón, al menos en la mayor parte. Se equivocaba al creer que el amor podía evitar que olvidaras cosas, pero tenía razón en intuir algo de ese sentimiento; porque no importaba cuántas cosas olvidaras, jamás se olvidaría cómo amar. Nunca te quedarías completamente vacío porque ese sentimiento te acompaña para siempre. Era capaz de verlo en los círculos que había dibujado en el suelo, de alguna manera estaba en esas flores y en el abrazo de Ed y en el nudo de mi garganta.

Estaba en todos lados así que me permití respirarlo y susurrar:

—Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, me veo como un llorica...

—Ya, deja de disculparte, no es tu culpa.

—¿Cuánto tiempo?

Él negó con la cabeza como si el tiempo no importara.

—Pat está muy preocupado, te está buscando como loco. Tiene malas noticias.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora