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 Eddie cerró su libro invisible

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 Eddie cerró su libro invisible.

—Hagamos un descanso.

Había estado dándome una lección de Pitágoras y yo había estado sentado entre la nieve escuchándolo a medias, no podía dejar de pensar en mi madre y en la última vez que la había visto.

El invierno había terminado pero el tiempo transcurría tan difícil de comprender que a veces pensaba que estaba haciendo dos cosas a la vez. Como cuando estás en un sueño y te hallas caminando en las calles de Roma y de repente corres lejos de zombis que salieron de una planta nuclear en Japón. Las cosas se movían de lugar, los rostros estaban borrosos como si tuvieran una mancha delante. Casi siempre tenían borrones de colores sobre sus rasgos. No sabían lo que significaban.

Nada tenía sentido últimamente, todo giraba incomprensible y vertiginosamente rápido. Y mi amigo lo había notado, por esa razón, interrumpió la lección y se aproximó a mí.

—Te noto triste, Clay, tu rendimiento en clase ha decaído —exclamó con aire tolerante y benevolente, se acomodó las gafas—. ¿Quieres hablar de eso? —dijo sentándose a mi lado.

—No.

—¿Quieres observar el cielo?

—No.

—¿Qué quieres hacer?

—Quiero morir —confesé bufando y recostándome contra la nieve.

—Pero...

—Me refiero a de verdad, Eddie, o al menos como creía que sería: cerrar los ojos y dejar de existir.

—¿Y por qué quieres morirte de verdad?

—Porque no puedo hacer nada —estaba contestando sin pensar como si otra persona hablara por mí y esa persona lo supiera todo.

—¿Y qué harías si pudieras hacer algo?

Era una pregunta extraña pero aun así respondí:

—Me aseguraría de que todos se encontraran bien, así podría descansar en paz ¿Sabes? Alguien, no recuerdo quién, me dijo una vez, que estaba destinado a cosas grandes, que tenía futuro. Pero lo único grande que hice fue provocar el llanto de M.D por dos horas.

—Ah, fuiste tú.

—Sí. Y no sé, lo único grande que quiero hacer ahora es asegurarme de sanar a todos los que herí al irme. A mi familia y Alicia, les rompí el corazón, así que es mi responsabilidad emparcharlo. Sanar sus corazones. Creo que voy a desvanecerme después de un tiempo, incluso nuestras conversaciones no tienen sentido Eddie...

Él rio en tono burlón.

—Tú no le encuentras sentido porque no eres tan intelectual como yo.

Puse los ojos en blanco.

—Si voy a irme y sólo dejar un reflejo de mí que nadie verá entonces quiero hacer algo importante por todos los que amo antes de marcharme—Hice un ruido con la garganta—. Quiero que estén bien pero no puedo hacer nada bueno por ellas, pero ni siquiera puedo salir de este lugar por el pánico, por la maldita quinta regla.

Hubiera llorado si recordara cómo hacerlo, la charla estaba destrozándome, estaba pronunciando en voz alta todo lo que me había prometido no pensar.

—Pero estás haciendo muchas cosas —insistió ladeando ligeramente la cabeza como si se topara con un desafío matemático.

—¿Cómo quejarme?

—No, me refiero al manual. Es útil, me resulta un emprendimiento científicamente racional. Prometedor. Y con respecto a ayudar personas sí que brindas resguardo a muchos. Tal vez todavía no seas consciente, pero hiciste que yo me alejara de mi zona-cuerpo y el otro día vi a Bianca caminando lejos de su sitio.

—¿Quién?

—La loca que siempre baila en el mausoleo de los Robles. La que piensa que mis clases dan asco. Allí está —Señaló la figura de una mujer de apariencia aburrida que estaba sentada en la escalera de un mausoleo—. Le pregunté el otro día qué hacía apartada de su zona y mencionó que al vernos a nosotros quiso tratar ¿No te parece que causas una buena influencia?

Junté mis manos en el estómago.

—Sí... creo que sí.

—Te diré algo.

—Dime algo.

—Algo —Rio de su propia hazaña, meneó la cabeza y continuó hablando con la tonada intelectual que utilizaría un profesor al aconsejar con cariño y compasión a un niño descarriado—. Proponte extender tus caminatas, en cada marcha que hagas trata de ayudar a uno de tus vecinos. Eso te hará sentir mejor. ¿No te gustaría alegrar este lugar?

—Sí, pero...

—Creo que necesitan a alguien así.

—¿Ayudarlos? Pero casi ninguno habla, es como si hubiesen olvidado quienes son, cómo hablar, cómo moverse, es como si estuvieran muertos —musité pensando en Rocky—. Incluso yo me siento raro, es como si no fuera yo. Tengo miedo de olvidar tantas cosas que termine como una imagen parada en mi puesto para siempre, al igual que la mitad de las personas de aquí. Tal vez esa es la muerte definitiva. A veces actúo como loco.

—Sólo estás aburrido —persistió con su idea—. Vamos, inténtalo. Trata de buscar soluciones a sus desgracias, verás que de tantos remedios, curas y resoluciones que propongas algún día se te ocurrirá cómo ayudar a tu familia estando muerto. Moverte de lugar y ayudar a los difuntos será una manera de ejercitarte para el desafío mayor.

—¿Cuál?

—Regresar a tu casa y tratar de mejorar la vida de tus tres hembras.

Pensé en eso tratando de ignorar que Eddie había usado la palabra hembras. Si había sido así en vida su novia no tenía que estar demasiado loca para entrar en ganas de matarlo.

Regresar. Por el momento sonaba como una fantasía lejana, pero no perdía nada con intentar. Además, tenía razón, estaba aburrido.

Observé la blancura impoluta del cementerio y todos los vecinos allí parados, como estatuas de porcelana. Quería regresar a casa, vaya que lo ansiaba, tenía que intentar marcharme, debía practicar y por el momento podía darle una mano a los demás.

Me pregunté cómo podría ayudarlos. Reparé en que Eddie me estaba mirando, arqueó las cejas inquisitivamente.

—Lo haré.

—Bien, empezamos mañana.

—¿Cuándo es eso?

—¡Qué sé yo! Ahora, no. Oye, invitaré a Bianca para que venga con nosotros.

—¿Ella también quiere ayudar a las personas?

—No, pero quiere estar cerca de mí, lo sé, lo vi en sus ojos. Le gusto.

Asentí experimentando un sentimiento potente en el pecho, chispeante, acalorado y arrollador. Era algo que no sentía hace tiempo, vete a saber cuánto. Era felicidad.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora