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 Sabía que si iba a mi casa del otro lado no me esperaría una fiesta sorpresa, ni regalos de mi hermana, ni una novia con un pastel o, mejor aún, con un regalo, pero de diferente tipo

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 Sabía que si iba a mi casa del otro lado no me esperaría una fiesta sorpresa, ni regalos de mi hermana, ni una novia con un pastel o, mejor aún, con un regalo, pero de diferente tipo. Aun así, quería ir.

Antes había pasado por la casa de Pat para pedirle un favor, le dije que llamara con ese extraño aparato a mi hermana, que quería hablar con ella.

Él había prometido que en unas horas conseguiría su número de teléfono. Lo había acompañado a que intercambiara cigarros con un cajero adolescente de un hipermercado cercano. Se llamaba David Darren y conocía a todo el mundo, ayudaba su trabajo y que tenía hermanas sociables de todas las edades, por lo cual, había muchas posibilidades de que tuviera el número de Mindy. David aceptó la caja de cigarros y le dio la dirección telefónica de mi hermana, le estrechó la mano y regresó a su trabajo.

En el camino Pat me fue relatando cómo había salido su cita con Alicia.

El viento gélido le agitaba el cabello, la estación del sol radiante se desvanecía y daba lugar a una noche más larga. Se había mostrado un poco molesto porque nos habíamos ido del cine sin avisar, pero nos pareció lo mejor porque necesitaba familiarizar con vivos y no pasar tanto tiempo con tres personas muertas.

Regresamos del hipermercado hablando de ello. Me contó que luego de la cita regresaron a su casa en silencio y cuando él la dejó en la puerta ella rompió a llorar.

—Dijo que te extrañaba y que sentía que había traicionado.

Pensé en ello y en lo alejado que estaba de la verdad, Alicia había sido más tiempo mi amiga que mi novia, sólo habíamos salido unos meses, antes nos encerrábamos en mi habitación a jugar videojuegos, hacíamos pijamadas y compartíamos vacaciones. Quería lo mejor para ella, no importaba con quién fuera. Yo me había puesto feliz al ver cómo se había divertido con Pat.

—No sabía qué hacer, de verdad necesitaba ayuda —confesó Pat a modo de queja—. Pero ustedes se habían ido y bueno hice lo mejor que sabía hacer.

—¿Te vestiste de negro?

Pat rio y observó cómo Eddie y Bianca se tomaban de la mano y caminaban delante.

—No, le agarré la mano, me senté en la escalera de su casa y me quedé allí, demostré que estaba y que existía para ella sin hacer nada. Nos abrazamos. Le pregunté si quería hablar y ella contestó que nuestros silencios decían más que muchas conversaciones.

—Guay.

—Lloró un poco más, luego se quedó firme, le di mi chaqueta, observó el cielo como si buscara algo hasta que amaneció, continuamos abrazados, luego entró a su casa y nos despedimos.

—Suena a que te la pasaste bien.

—Lo hice —confesó sonriendo avergonzado—. Ella es encantadora.

—Tuve suerte de haberla conocido —confesé viendo como una gota de agua se me escurría del dedo y caía al suelo para luego deslizarse nuevamente por mi piel.

—Lo siento, Clay.

—¡Vamos, no me veas como la víctima! Me la estoy pasando bien haciendo todo esto, es divertido. Ahora vamos a mi casa que es mi cumpleaños —dije dando un salto y empujándolo amigablemente—. ¡Mueve tus escuálidas y góticas pompas!

Pat rio.

—No —manifestó y creí que protestaba, pero en realidad corregía—. Te equivocas, Clay, ella tuvo suerte de haberte conocido. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora