VII: Loco do merda

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Extracto del "Libro de las Razas" de Darwae. 
Página 77, párrafo 1
"No se sabe mucho sobre los Señores de los Dragones. Son seres tan reservados, tan aislados, tan antiguos y a la vez tan peligrosos que estudiarlos prueba ser prácticamente imposible. Sólo se sabe sobre ellos lo que ellos han querido que se sepa. Los rumores que ha creado la gente a lo largo de las generaciones y las leyendas que los envuelven suelen ser la única fuente de información disponible. Es necesario explorarla toda y ser críticos con ella, para poder discernir qué podría ser cierto y qué no son más que meras fantasías inventadas por gente altamente impresionable".

Párrafo 6
"Una de las leyendas locales de los pueblos de la zona centro-sur de Drom indica que, así como esposas, los Señores de los Dragones también toman sirvientes de entre la gente común. Dicen que dichos sirvientes son marcados por los Señores de modo que se sepa que son de su propiedad. Los sirvientes son quizá mucho más importantes que las esposas en la vida personal del Señor puesto que, a diferencia de éstas, los sirvientes no están destinados a morir después de ser explotados como fábricas de crías. El sirviente debe quedarse a lado de su Señor por muchísimos años. Así que el Señor elegirá a sus sirvientes con tanto cuidado y esmero como elige a sus esposas, quizá más".


———


Mangaio. Su mercado se extiende a lo largo de la amplia calle principal. Su suelo está polvoso y sus casas de piedra y barro son todas de varios pisos, con ventanas grandes y cuadradas en las que siempre hay tapices colgados o macetas con flores instaladas. Es un lugar lleno de energía y movimiento, y parece que todo el mundo tiene siempre algo que hacer ahí. Los niños corren a través de las calles con listones amarrados a ramitas de madera, sus piececitos desnudos y sucios palmeando la tierra naranja. Los adultos, grasosos y con ropa de tela tosca, discuten precios y ofertas frente a los puestos de los mercados. Vociferan. Mueven las manos. Pagan. Las ancianas contemplan desde las ventanas. Los ancianos se sientan en almohadones en cualquier lado y fuman pipas de opio dulce mientras fingen que cuidan a sus nietos.

Esa es Mangaio, ciudad desordenada y ruidosa. Izuku nota como Kacchan frunce pronunciadamente el ceño y mira frenéticamente de un lado a otro, como si no comprendiera por qué hay ahí tanto ruido o tanta gente, tanto movimiento o tanto todo. Pero no dice nada. Observa y observa, manteniéndose cautelosamente a lado de Izuku.

—Kacchan, eh... —murmura Izuku. Los destellos dorados del sol que se desliza fuera del cielo les cubren los rostros y los cuerpos, se derraman sobre las calles atestadas y espolvorean los cabellos desordenados de los infantes. Izuku saca su bolsita de dinero y considera su peso en una mano, intentando determinar cuántas monedas de plata y de bronce hay dentro. Ka le mira por el rabillo del ojo—. Voy a buscar algo para cenar. Y... ehm... bueno, ha sido agradable caminar contigo —sonríe un poco forzadamente y le mira—. Pero supongo que aquí nos separamos.

Ka frunce el ceño. Y después niega suavemente con la cabeza.

—Nei. No. No —eleva una mano, toma a Izuku por encima del codo y entonces empieza a caminar, obligándolo a avanzar con él. Se meten los dos al festín del mercado. Izuku, confundido, le sigue, sin entender exactamente hacia dónde se supone que van. Algunas personas empiezan a mirarles. Evidentemente, Kacchan llama muchísimo la atención. Y, por ende, ahora Izuku también, pues está siendo arrastrado por él.

—Euh, ¿Kacchan? ¿Hacia dónde vamos? ¿Necesitas algo?

—Comer. Dormir —suelta el otro simplemente. Izuku parpadea.

—¿Quieres cenar conmigo?

Kacchan se detiene. Cuando lo hace, Izuku, un par de pasos detrás de él, le ve solo la cabellera rubia. Unos niños se les atraviesan corriendo enfrente, mirándolos con interés y carcajeándose.

—Sí. Eso —dice Kacchan. Y retoma el camino. Izuku nuevamente se ve forzado a seguirle, porque Ka no ha relajado en lo más mínimo su agarre de él. Avanzan hasta que se topan con un puesto en el que están preparando unas tortitas hechas de papa sobre una parrilla de metal oscuro. Kacchan se detiene, las mira intrigado y luego se inclina para olfatearlas. La mujer que las está haciendo, al verle, pone cara de enojo, toma una cuchara de metal y le lanza un golpe sobre la frente.

—¡Ah! ¡Quoi pasaite loca do merda! —grita Kacchan, elevando su mano libre con el puño cerrado con enojo. Izuku lanza una exclamación. Kacchan le mira. Se da cuenta de que también hizo fuerza con el otro puño y, básicamente, estaba a punto de quebrarle el brazo. Le suelta e Izuku se masajea de inmediato, adolorido. Kacchan parpadea—. Culpa do loca do merda, Deku. Nei miena.

Izuku le observa.

—Kacchan, estás hablando en tu idioma otra vez —dice con la voz constreñida. La mujer frente a ellos vocifera, exigiéndoles que se vayan. Kacchan le echa unos cuantos insultos más en su lenguaje y, entonces, tomando a Izuku de la camiseta, por encima del vientre, le jala para que le vuelva a seguir.

Izuku no tiene más remedio que avanzar tras Kacchan. Su brazo le duele bastante y sospecha que es probable que quede amoratado. La fuerza que Kacchan tiene en las manos es antinatural. Grotesca. Atemorizante. Izuku no entiende nada sobre él y cada vez se siente más nervioso en su compañía. Sin embargo, por algún motivo, Kacchan no parece dispuesto a separarse de él. Se lo ha buscado, supone, por tener un exceso de curiosidad. Baja la mirada y observa el suelo mientras caminan. Kacchan le hace girar en alguna esquina. Entonces otra vez se detienen. Kacchan se para frente a él e Izuku eleva la mirada. El jade se encuentra con el rubí. Están en una calle un poco más tranquila, con menos gente.

—Demasiada gente —dice Ka. Izuku parpadea.

—Pensé que era lo que buscabas, Kacchan.

El rubio hace una mueca con los labios.

—Hembrai —dice—. Quiero hembrai.

Izuku se queda mudo y estático un momento.

... ¿Qué?

¿Acaso ha entendido bien? ¿Acaso Kacchan acaba de decir que... "quiere hembras"?

—Uh, eh... ah... —Izuku balbucea, intentando decir algo, pero sin lograrlo. Sospecha que la piel del rostro se le pone toda roja, porque siente como la sangre se acumula tras sus mejillas y las hace calentarse. Kacchan le observa y entonces da un paso hacia él.

Ah no. No otra vez. Izuku eleva la mano del brazo bueno para prevenir de inmediato que Kacchan se siga acercando. Éste ve la mano. Y en un instante ya levantó una mano propia, empujó el brazo de Izuku y se acercó más, empezando a acorralar a Izuku contra la pared del edificio que está detrás de él.

—¡Kacchan, para! —dice. Ka está a centímetros de él e Izuku sabe que son milímetros los que le separan de la pared. El más alto eleva una ceja, como si le pareciera ilógico lo que Izuku le pide.

—La sanguia... —empieza, pero Izuku le interrumpe.

—¡No pasa nada si está en mis mejillas!

Kacchan le ve. Frunce el ceño. Hace una mueca con la boca. Exhala. Voltea el rostro.

—No sé nada.

Izuku parpadea.

—¿Qué dices?

Kacchan se encoge de hombros. Luego eleva de pronto el rostro. Empieza a olfatear con atención. Algo parece interesarle porque, entonces, como si Izuku repentinamente hubiese dejado de existir, se voltea y se dirige en la dirección en la que parece haber encontrado algo. Izuku le observa alejarse. Se siente inmediatamente aliviado. Suspira y, tras un momento, Kacchan ya se ha perdido al final de la calle, adentrándose quién sabe en dónde.

Izuku se siente inesperadamente solo, no lo va a negar. Pero sabe que es mejor así. Su estómago parece haber renunciado al hambre y considera la posibilidad de irse directo a dormir. El sol ya ha terminado de ocultarse prácticamente en su totalidad. Hoy sólo se ven dos de las lunas en el cielo y por las calles empiezan a encenderse velas y lámparas de aceite. Izuku se voltea en la dirección opuesta a aquella por la que Kacchan se fue y, no resistiendo el impulso de mirar por encima de su hombro, termina por irse.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora