XV: Los dragones no son malos

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Extracto de "Mi encuentro con el Señor de los Dragones" de Eneida. 
(Libro prohibido, su distribución ha sido vetada y su autora ha fallecido de forma misteriosa. Los ejemplares sobrevivientes permanecen bajo custodia).
Página 32, párrafo 3, línea 2
"... entonces él susurró: 'Yo no quiero renunciar a mis hijos, Eneida. Quiero criarlos yo. Crecerlos yo. ¿No es el derecho de todo padre?'".


———


—¿Y para qué nos han llamado aquí? —inquiere un hombre alto y delgado que está sentado sobre una de las elegantes sillas, justo frente a los ventanales, y reposando las piernas sobre la mesa de fina caoba. Frente a él, al otro lado de la mesa larguísima, otro hombre, de complexión más bien esbelta, está sentado de manera mucho más elegante, erguido y con los brazos cruzados. Su camisa, azul marino, tiene un cuello alto que le cubre hasta por debajo de la nariz. Su acompañante, por otro lado, viste completamente de negro. Usa unas gafas con los cristales ahumados y su largo cabello parece desafiar a la gravedad, peinado de tal forma que se levanta en el aire como la cresta de un ave.

El de azul se encoge de hombros.

—No sabría decir. ¿Qué has estado haciendo, Hizashi?

El otro le mira por encima de las gafas.

—Componiendo canciones y recolectando instrumentos, ¿y tú?

—Creando diseños de vestuarios —replica, moviendo una mano en el aire—. He estado reuniendo distintos tipos de plantas y fibras y he creado unos cuantos nuevos tipos de telas —luce entusiasmado al explicarlo, pero el otro le deja de mirar y cierra los ojos, como si se fuese a dormir.

—Aburrido —responde. El otro le mira con seriedad.

—Eres tan maleducado como siempre.

—Bueno, 400 años no son suficiente para cambiar a un Señor testarudo.

El de azul desvía el rostro.

—¿Supones que esto tendrá algo que ver con Katsuki? —inquiere.

—Supongo, sí. ¿Qué crees que haya pasado con él en todo este tiempo? —responde el otro, y finalmente abre los ojos para volverle a mirar. El de azul suspira.

—Cumple 500 en veinte días, ¿no es así?

Hizashi asiente.

—Supongo que ocurrirá lo mismo que con nosotros... —el sujeto prácticamente se eriza al decirlo. Hizashi pone una expresión de que tampoco ha recordado nada bonito y mira hacia el techo. Ambos guardan silencio un momento hasta que Hizashi vuelve a bajar la mirada.

—¿En dónde crees que estén tus crías, Tsunagu? ¿Crees que sigan vivas?

Tsunagu le mira.

—No lo sé. Supongo que ya no importa. Yo los abandoné.

Hizashi suspira.

—Sabes que es lo normal. Es lo que todos hacemos. Es lo que hemos hecho por generaciones...

Y, sin embargo, piensan los dos, eso nunca hizo que dejara de sentirse espantosamente mal.

Los dos pasan la mayor parte del tiempo siguiente en silencio, cada cual con sus propios pensamientos y culpas, hasta que repentinamente ingresa alguien a la habitación.

El cuarto es un salón amplio y largo, con el techo alto, ventanales de un lado, una gran y preciosa chimenea esculpida al fondo y cuadros de distintos herederos de la familia Todoroki colgados en la pared opuesta a los ventanales.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora