L: Los que quedan

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Extracto de "Mi encuentro con el Señor de los Dragones" de Eneida. 
(Libro prohibido, su distribución ha sido vetada y su autora ha fallecido de forma misteriosa. Los ejemplares sobrevivientes permanecen bajo custodia).
Página 62, párrafo 2
"Mientras más leía, menos podía creerlo. Con cada línea descubría todas las mentiras que se nos habían contado, y tuve que luchar con mucho ímpetu para poder desgarrar el velo que cubría mis ojos".

Página 63, párrafo 1
"¿Cómo era posible semejante crueldad? Cuando entendí que todo ese dolor y destrucción no eran necesarios, y que los Todoroki lo sabían, y que tenían pensado usar ese conocimiento en su beneficio, me quedó claro que debía hacer algo. Algo para que mis hijos no enfrentaran ese destino miserable que la Orden del Dragón sin duda tenía preparado para ellos".


———


El rugido que surge de las profundidades de la mandíbula de Brahman, el dragón más antiguo de la manada de Katsuki, es gutural y ensordecedor y parece hacer temblar a la tierra y a los bosques circundantes. Aves salen disparadas en todas direcciones desde las arboledas. El cielo se tiñe del vapor que surge del volcán y las cenizas flotan en el aire como una lluvia gris que cae con parsimonia.

Altair Todoroki, el hermano menor de Enji, señala con una larga espada plateada hacia la bestia colosal y comienza a ladrar órdenes.

—¡Sangres Viejas, sitúense entre Bakugou y los dragones y creen una barrera que les impida encontrarse! ¡Magias, rodeen a Bakugou, prepárense para someterlo con sellos! ¡Los Todoroki nos encargaremos de doblegar al Señor!

Los mandatos son acatados al instante. Los cascos de los caballos resuenan mientras cada miembro del pequeño ejército se dirige hacia la posición indicada. Altair, mientras tanto, se planta al frente de Bakugou, montado aún sobre su corcel níveo, con su hijo, sus sobrinos y otros miembros del clan Todoroki a su alrededor. Bakugou los observa y ruge, sus manos soltando chispas que causan explosiones más potentes de lo que deberían.

Altair lo piensa por un mero instante, observando a Bakugou firmemente detenido ante enemigos que le superan en número por decenas. Sus manos destellan a causa de la energía volátil que se reúne en ellas para causar las explosiones, y detrás de él su montaña y sus dragones braman, el cielo se oscurece, la tierra tiembla, pareciera que la naturaleza misma se hubiese levantado en armas al llamado del Señor.

Bakugou luce como la fuente misma del poder, de la fuerza, como si toda la energía del mundo estuviese fluyendo en esos momentos a través de sus venas. Es magnífico y a la vez terrorífico. El hombre frunce el ceño y cubre a su espada en Fuego Azul. Alrededor de él, todos los Todoroki hacen lo mismo.

—¡Ahora!

Bakugou ruge nuevamente, el cielo se pone completamente negro y comienzan a atravesarle rayos violetas que se retuercen entre las nubes oscuras. Altair apenas tiene tiempo de elevar la mirada antes de ver cómo un rayo baja y golpea a cierta distancia de él. La fuerza del impacto le avienta hacia un lado, saliendo disparado de su caballo igual que varios de los que estaban cerca. Cuando aterriza, algo le golpea con fuerza la cara y, tras unos instantes, cuando logra recuperarse del sobresalto, se da cuenta de que lo que le había golpeado era...

Un brazo.

Calcinado.

Abre los ojos con pasmo y los dirige al Señor de los Dragones, quien sigue bramando y moviendo los brazos erráticamente en todas direcciones, detona explosiones tanto cerca como lejos de él y los relámpagos en el cielo siguen zigzagueando sobre las nubes, como esperando el momento de ser invocados nuevamente a la tierra.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora