XXIX: La bonita, o la otra

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Extracto de cuaderno de canciones
Página 13, canción 5, párrafo 3
"Katsuki, mirad el amanecer, ¿de qué color lo vei?
Gogo, tocad el agua, ¿ce fría ú tibia está?
Masaru, guiad tes ermanitei, ¿vei quoi pequenos sont?
Patre et Matre n'estarán par sempre lá
Me' ustedes durarán
Ustedes verán
Un milion d'amaneceres que nosotrons nei".

———

El zapato negro se desliza sobre la tierra, dibujando un abanico sobre ésta. Las aves a los alrededores cantan, incautas. Algunas incluso se han posado sobre las escamas verde jade del dragón que descansa en la zona. Un gran orbe amarillo divisa la escena. Una mano se clava en la tierra, rasgándola. Está cubierta de sangre.

Hizashi mira hacia abajo. A Tsunagu que yace sobre el suelo, sangre saliéndole de la boca y de los ojos. Él mismo ha escuchado el sonido de sus costillas rompiéndose bajo sus puños y sus patadas. Le ha vencido. Le ha vencido y lo mejor es que Mic Mic lo ha visto. Ahora el dragón sabe que su Señor es, efectivamente, el Señor superior.

Hizashi se plantea qué hacer a continuación. ¿Debería seguir golpeando a Tsunagu hasta matarlo? ¿Debería ir tras Katsuki? ¿Debería buscar a Jeanist para forzarlo a unirse a su manada?

Se relame los labios, donde la sangre de alguna herida es limpiada por su lengua seca. Sus puños arden y sus dedos tiemblan, cansados y adoloridos. El pecho de Tsunagu se infla y se desinfla con evidente dificultad. Despacio. Despacio. Despacio...

—Nunca deberías haberme desafiado —espeta Hizashi con los ojos de demonio y el cabello más revuelto que nunca cargado con sudor y tierra y sangre. El viento sopla y apenas mueve sus hebras doradas de lo pesadas que están por estar llenas de porquería—. Estaba claro que yo era superior a ti. Siempre lo he sido.

Los ojos carmines del Señor derrotado se mueven para observarle. Lucen dolorosamente mal, hinchados y llenos de sangre. Los labios rotos ajenos sonríen tenuemente.

—No es que seas... superior. Ni tampoco eres... inferior... —murmura con dificultad.

—Cállate.

—Lo entiendo. Entiendo por qué Bakugou... no luchó.

Cállate.

Tsunagu sonríe un poco más.

—Los hermanos... mayores... no dañan... a los hermanos menores...

La fuerza parece que se le va. Tsunagu desvía los ojos, sus dedos se quedan estáticos. Cierra los párpados. Y se queda ahí. Hizashi suelta un sonido difícil de interpretar y entonces va a montarse nuevamente a su dragón, espantando a todas las avecillas que reposaban ahí.

———

Cuando Bakugou se da cuenta, es porque el aroma ya está mordiéndoles las pieles. Se detiene. Se voltea. Tiene el ceño fruncido. Momo e Izuku, que caminaban detrás de él, se le quedan mirando, confundidos, pausando la plática tranquila e irrelevante que habían estado sosteniendo mientras caminaban.

Habían estado hablando de sus hogares, de sus familias, de lo que hacían antes de conocer a Bakugou, de cómo Izuku y él se habían encontrado, tema que a Momo le daba mucha curiosidad.

Ella no parecía entender por qué Izuku todavía permanecía a su lado. Izuku, si lo sabía, había espantado el tema con nerviosismo, como temiendo no tener las palabras para explicarlo.

—¿Pasa algo, Señor? —Momo inquiere y una de sus manos se dirige de una forma prácticamente instintiva al mango de su espada. Izuku lo nota y se tensa.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora