XXII: Morir

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Extracto de cuaderno de notas anónimo
Página 33, línea 3
"... pareciera ser que, mientras menos Señores de los Dragones hay, más fuertes son los que quedan. Me pregunto por qué...".


———


Morir.

La respiración se ralentiza. Los colores desaparecen. La luz se vuelve demasiado fuerte. El aire se vuelve liviano y ya no puedes respirarlo.

Morir.

Es suave y pacífico, si bien no placentero. Duele un poco, aquí y allá. Arde. Y luego calma. Alborota. Y luego tranquiliza.

Morir.

Despacio.

Las voces... ¿de quiénes son esas voces? ¿Y qué dicen? ¿Qué repiten? ¿Qué gritan?

No se ve nada. Sólo blanco. Pero las voces se precipitan encima de él, remolinos sobre su piel, prácticamente puede tocarlas.

Voces que se sienten.

Luces que se escuchan.

Tristezas que se saborean.

Todo está revuelto.

Hay caricias suaves sobre su piel que no vienen de las voces. Hay algo más... algo más ahí. Hay un aroma, un aroma muy fuerte, un olor a las montañas, a la tierra y a las oscuridades.

Es lo mismo a lo que olió su montaña por tanto tiempo.

Pero un poco diferente.

Un poco más vivo.

Con un poco más de personalidad.

—Dar, calmează-te, dragon —oye a una voz aterciopelada decir. Se desliza suave entre sus oídos y a través de sus neuronas. Le toca fibras desconocidas. Voz serena, voz oscura, voz lejana.

Y cercana. Voz que huele a montaña.

Cuando Mirio abre los ojos, no sabe nada. No sabe absolutamente nada.

¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿En dónde está? ¿Y por qué? ¿Acaso ya es libre? ¿A dónde se fue todo lo demás, las voces y los aromas y el olor a montaña?

No, no, no. Lo último sigue aquí. La montaña tranquila sigue junto a él. Mirio, que alcanza a ver el techo de piedra iluminado vagamente por luz natural, mueve suavemente el rostro para mirar hacia un lado.

Qué hay. En dónde está. Por qué.

Un lengüetazo repentino le saca de todo. Se voltea hacia el otro lado y sonríe cuando ve a Sol ahí.

—¡Hey! —dice. Sol mueve la enorme cola, aunque Mirio no lo ve. Le vuelve a lamer. Mirio sonríe y ríe. Es una risa menos vacía que la que tuviera antes, encerrado en la Montaña de la Mañana. Se sienta sobre la piedra. Nota que tiene el torso desnudo, envuelto en trapos, en hojas, en ungüentos de perfumes extraños. Pero lo que más nota es ese olor sobre su piel. Ese olor a montaña que no es su montaña.

Detecta movimiento. Voltea a ver. Y un par de ojos oscuros y alargados le devuelven la mirada.

Es esa. Es esa la otra montaña. Mirio vuelve a sonreír.

—Hola, Montaña —saluda. El otro ladea la cabeza.

—Sí, hola... ¿cum te simtes?

Ahora es Mirio quien ladea la cabeza.

Mi Señor de los DragonesWhere stories live. Discover now