LIII: Decisiones y decepciones

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Extracto de "Mi encuentro con el Señor de los Dragones" de Eneida. 
(Libro prohibido, su distribución ha sido vetada y su autora ha fallecido de forma misteriosa. Los ejemplares sobrevivientes permanecen bajo custodia).
Página 70, párrafo 3
"Ese hombre escribió que, mientras menos Señores de los Dragones hubiera, más fuertes eran los que quedaban. Y, sin embargo, ellos se han dedicado a disminuir sus números sistemáticamente. Después de lo que ocurrió con mis inocentes, Masaru y Gogo, estoy convencida de que ellos, a propósito, impiden que los números de los Señores aumenten. ¿Pero acaso ellos saben lo que podría ocurrir si hubiese demasiado pocos?".


———


Kaminari los guía hacia una apotecaria. Cuando arriban, ésta está debidamente cerrada y con un letrero en el exterior que indica que a esa hora sólo se atienden emergencias. Ha anochecido por completo y son sólo algunas farolas de aceite encendidas las que iluminan escasamente las calles. Kaminari golpea la puerta.

Tras unos instantes, ven una sutil luz color miel que se aparece por lo bajo de la puerta y, momentos después, ésta se abre, revelando al sanador. Kaminari le sonríe cortésmente.

—Buenas noches, lamento molestarle a estas horas, pero nuestro amigo necesita ayuda —señala hacia el enfermo. El hombre le mira detrás de unos anteojos de considerable aumento y después asiente.

—Pasen, pasen —indica. El grupo entra.

Una vez que todos están dentro, el sanador comienza a encender varias velas con la llama de la que había traído consigo. Les indica donde acomodarse. Hay un espacio junto a los estantes de la apotecaria en el que hay varios bancos acojinados, designados para fungir como zona de espera.

—¿Cuál es el problema? —cuestiona, una vez que todos se han sentado. Tokoyami y Ojiro sostienen a Mirio sobre una de las bancas. El chico parece básicamente dormido, por lo que ellos tienen que sostenerlo para lograr que se mantenga erguido—. ¿A qué raza pertenece? —inquiere el hombre tras echarle una ojeada.

La ligera onda de tensión que recorre al grupo él no la presiente. Es Kaminari quien contesta.

—Es un Caminante —miente. El sanador le mira y después asiente.

—Bien —eleva una mano para tocarle la frente.

La retira de golpe, alarmado.

—¿Pero qué es esto?

—Repentinamente se puso muy caliente —comenta Ojiro—, y luego empezó a balbucear cosas. Ahora está prácticamente inconsciente. No tenemos idea de qué es lo que le ocurrió.

—Un hechizo —dice el hombre, frunciendo el ceño, y entonces se da la vuelta para dirigirse hacia sus estanterías—. Tiene que tratarse de un hechizo, no puede ser otra cosa. Ninguna enfermedad conocida haría que su piel se pusiera así de caliente —empieza a hurgar entre sus recipientes de ungüentos—. ¿Estuvo cerca de algún Magia? ¿Comió algo extraño? ¿Ocurrió algo fuera de lo normal?

—¡Sí, sí que comió un montón de cosas! —responde Disturbio inmediatamente. El sanador asiente, como si fuese todo muy evidente.

—Algo de lo que comió debió haber tenido un hechizo. Tal vez no fue intencional. A veces los hechizos se transfieren cuando una cosa hechizada tiene contacto con algún otro objeto —toma un frasco entre las manos y sonríe con autosuficiencia—. Bien, esto lo hará. Esta pomada tiene propiedades refrescantes y debería ayudarnos a bajarle la fiebre. También habrá que deshacer el probable hechizo que tenga encima, pero, para eso... —pausa un momento y los mira a todos. A los Caminantes no les toma mucho adivinar qué es lo que va a pedir a continuación—. Tienen con qué pagar, ¿cierto? A estas horas, mi servicio es más caro, y por su estado probablemente tengamos que usar mucha pomada. Además, la magia curativa es costosa.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora