XXXIV: Señores poderosos

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Extracto de cuaderno de notas anónimo
Página 14, párrafos 3 y 4
"Yo creo que todos estamos atados a un destino y lo seguimos de forma inevitable. Los Señores de los Dragones, para mí, son la muestra más clara de ello.
Ellos son el destino. Son la encarnación de lo ineludible. Ellos me han demostrado que todo en este mundo tiene un propósito. Y nosotros, la Orden del Dragón, tenemos por tanto un propósito que no puede ser evitado".


———


La muchacha ladea suavemente la cabeza, vastamente intrigada. El salón es iluminado por velas y los grandes ventanales dejan entrar también la luz brillante de las lunas. Un aroma liviano y fresco apacigua el ambiente. Y la muchacha está intrigada porque no sabe de dónde proviene ese perfume. Ni las velas son aromáticas ni hay ninguna suerte de incienso o aceite quemándose. Por el contrario, el olor que debería inundar el cuarto debería ser uno medicinal, dada la cantidad de ungüentos y elíxires que se han utilizado para tratar al...

Señor.

Ahí ante ella yace un Señor de los Dragones genuino. Apenas puede creerlo. Ha pasado su vida entera estudiándolos, investigándolos, intentando comprenderlos, pero sin jamás poder siquiera aspirar a aproximarse a uno de ellos.

Pero ahí está. Es altísimo. Tiene el cabello rubio, lacio y corto. Sus ojos carmines permanecen cerrados. Su cuerpo, ahora desnudo, está plagado por cicatrices, cicatrices que van desde esa fea marca que le atraviesa el cuello y que el Señor siempre intenta disimular hasta las plantas de los pies.

¿Quién le ha hecho todo eso?

La pregunta es ciertamente un poco ingenua.

Es evidente.

La mayoría de esas cicatrices son de quemaduras profundas. Itsuka eleva una mano y recorre una marca larga sobre el vientre. La piel está seca y arrugada. Oscura. Traga saliva. Frente a ella, su jefe eleva las pupilas y la observa un instante. Ella cree que dirá algo, pero el hombre no lo hace. Vuelve a descender los ojos y sigue ocupándose de ir cerrando heridas.

Su jefe es un hombre impresionante, piensa Itsuka. Si bien ya sabía que lo era, descubrir que, además de todos los conocimientos que ya sabía que poseía, domina también artes curativas, le ha resultado extraordinario.

Él es algo así como su modelo a seguir.

Él se cubre el rostro con una tela de color gris, intentando no inhalar por demasiado tiempo los gases que desprenden las distintas preparaciones que ha aplicado al cuerpo herido. El Señor ha permanecido inconsciente todo el rato. De hecho, cuando Dina Todoroki recién lo vio, arrojado a sus pies por un orgulloso Hizashi, por un momento tuvo la certeza de que estaba muerto.

Por fortuna, Tsunagu sigue vivo. Enji se habría puesto de muy mal humor si hubiese descubierto que alguien había asesinado a un Señor de los Dragones sin su autorización.

Muy mal humor.

Sobre todo ahora que...

Itsuka no sabe mucho. Pero sabe que se están preparando para algo. Algo muy grande. La carcome la impaciencia, y a la vez el miedo.

Pero seguirá a Shinso, es la única certeza que tiene. Ella y el resto de equipo de investigadores del castillo de los Todoroki seguirán a Shinso, y todo debería estar bien.

En teoría.

—Pareces fascinada —suelta Shinso después de un rato, mientras moja un trapo con alcohol para limpiar una herida. Está sentado junto a la meseta de piedra sobre la que el cuerpo de Tsunagu reposa. El salón es amplio, con el techo alto, y en sus aristas se resguardan muebles, vitrinas y cómodas llenos de ingredientes y herramientas quirúrgicas. No mira a Itsuka. Su atención se centra en su tarea y sus dedos se mueven con fluidez y experticia. La muchacha, que tiene el largo cabello color media tarde recogido en una coleta alta, sonríe un poco.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora