XXXI: Llámame, y yo vendré

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Extracto de "Colección de Poemas" de Poen.
Página 29, poema 12, estrofa única
"El Piervshe día la conocí
El Druga día me enamoré
El Tyechi día me declaré
El Chvarte día la besé
El Pionte día la amé
El Shuste día la lastimé
El Shiudme día la perdí".

———

Izuku despierta.

La luz del sol a su alrededor tiene los colores cobrizos que indican un par de horas después del mediodía. Hay unas nubes pardas y regordetas danzando por el aire, adquiriendo formas a velocidad de caracol. Huele líquido. Izuku alcanza a escuchar el sonido de una cascada cercana. El agua cae fuerte y abundante, inunda y salpica el aire. El pequeño chico suspira.

Kacchan...

No lo ve por ninguna parte. Ni tampoco a Momochan. Todo se siente extrañamente vacío y silente.

Confundido, por un momento Izuku no atina a hacer más que cavilar con relación a todos los eventos recientes. No han pasado más de siete días desde que abandonara Baraca, pero ha ocurrido tanto en ese lapso de tiempo, que le abruma.

El Señor de los Dragones Bakugou es la cosa más soberanamente incomprensible que le ha ocurrido en toda su vida. Su silencio le confunde lo mismo que sus palabras. Sus decisiones le pasman. Su mera existencia es algo tan sobrecogedor que por momentos se siente en medio de un sueño de extraña profundidad e intrigantes matices.

No quiere despertar.

Pero, al mismo tiempo, sabe perfectamente que tiene que hacerlo. Sabe que necesita ayuda. Tenchan, si tan sólo supiera en dónde está Tenchan... porque, mientras más tiempo pasa, no sólo las acciones de Bakugou le confunden más, sino que él mismo se siente más y más liado con relación a lo que siente y piensa.

—Kacchan...

—¿Hmmm?

Izuku eleva rápidamente la mirada. Se encuentra con dos árboles flacuchos que brillan bajo la luz de la tardecilla frente a él. Hay entre ellos un espacio de aire que deja entrever el resto del bosque de cortezas claras. Está seguro de que escuchó la voz de Kacchan, pero no le percibe en las proximidades. Voltea el rostro de lado a lado y se levanta, dejando la bolsa en el suelo. Sus ojos verdes, dos trozos de jade, vagan a su alrededor, buscando.

—¿Kacchan? —vuelve a llamar.

—¿Hmmm? —escucha nuevamente la respuesta. Se voltea velozmente en una dirección, estando seguro de que es de ahí de donde ha venido, aunque no le ve. Le recuerda un poco a ese su primer encuentro, cuando Kacchan se movía dentro del bosque, atrayéndolo hacia él como si hubiese sido una abeja buscando miel.

Izuku empieza a caminar hacia ahí. Avanza, la luz está tan clara, igual que los troncos de los árboles y la tierra, que una paz extraña se le mete por dentro. Hay un silencio manso sólo interrumpido suave y constantemente por el sonido calmo de la cascada y por el del viento que sopla a ratos, moviendo las hojas abundantes.

¿Por qué está todo tan sereno? ¿Tan bello? ¿A dónde se han ido todos los malestares y el peligro?

Es extraño. Avanza en la dirección que su mente ha definido como aquella en la que Kacchan está.

—Kacchan —llama una tercera vez, pero sin esperar una respuesta realmente, porque no la necesita. Ya sabe en dónde está Kacchan.

Y, como si éste lo supiera, esta vez no le responde.

Izuku llega a la cascada. Ésta mide unos seis metros de alto, no es demasiado grande. Detrás de ella, una cueva de piedras preciosas permanece oculta, con lo que el agua brilla en colores magentas y azules y verdes. Cada gota centellea como si fuese en realidad una lluvia de diamantes de colores la que cae a la laguna. Dentro de la laguna también hay piedras, así que, bajo las aguas claras, se alcanzan a ver múltiples guijarros coloridos que destellan bajo el sol luminoso. Es muy bello, ¡muy bello!

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora