LVII: Una trampa

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Extracto de cuaderno de notas anónimo
Página 35, líneas 3-5
"Ahora, el mayor misterio con relación a los Señores siempre fue por qué las crías bastardas se habían convertido en horribles asesinos, mientras que las de la línea real habían permanecido bajo control. Con el pasar de cada generación, las tragedias continuaron repitiéndose".


———


Con otro trueno gigantesco que cae a la tierra, el grupo de tres siente cómo ésta retumba bajo sus pies. Es como si Farinha estuviese temblando, aterrorizada de lo que enemigos voraces hacen sobre su piel.

Chizome se detiene de golpe y los otros dos le imitan. El Hombre del Bosque arruga el entrecejo y mueve suavemente la mirada por los alrededores, como si buscara algo. El silencio es frío y poco reconfortante. Les rodean casas vacías con puertas entreabiertas y, calle arriba, se alcanza a ver una construcción que debe haber sido tocada por uno de los coléricos truenos, y derrama ahora sus pedregales sobre los adoquines como si sangrara sobre ellos. Chizome reemprende el andar, encaminándose justo en esa dirección. Momo e Izuku comparten una mirada antes de seguirle. En la lejanía, el cielo parece ponerse cada vez más negro, como si las nubes estuviesen tragándose a todas las cenizas que ascienden hacia ellas. Cuando se empachan, vomitan truenos violáceos que arrancan piedra y derriten metal.

—¿Chizochan? —llama Izuku, confundido, cuando el aludido empieza a esquivar los pedruscos en el suelo para, al parecer, adentrarse a lo que queda de la edificación derruida.

Chizome se voltea hacia él y se pone un dedo sobre los labios, pidiendo silencio, antes de continuar avanzando. Entran los tres a la insegura construcción y, tras ingresar a lo que debió haber sido la sala, Chizome se vuelve a detener. Por un momento, los tres se quedan quietos y nada pasa.

Hasta que, repentinamente, una suerte de bruma negra y vaporosa se aparece inesperadamente en el suelo frente a ellos, elevándose y agitándose en el aire hasta tomar una forma.

La forma de una persona.

Con ojos oscuros y cabello negro, una túnica del mismo tono cubriéndole el torso y una bufanda blanca alrededor del cuello, la persona que se ha aparecido es un hombre de aspecto serio. Sus ojos apenas les dedican un par de miradas a Izuku y a Momo antes de dirigirse otra vez a los de Chizome.

—Señor de las Sombras —"saluda" Chizome, si es que se lo puede llamar así. No suena particularmente entusiasmado de ver a aquel individuo. A decir verdad, el otro tampoco parece entusiasmado de verle a él.

—Hombre del Mar —responde su interlocutor, y con eso queda claro que le conoce bien. Lo bastante para saber cuáles son sus orígenes—. Tenemos un problema —añade inmediatamente después, pero su tono es tan indiferente que uno no diría que aquello de verdad le preocupa.

—Me he podido dar cuenta, ¿qué está pasando allá?

—El Sol y el Gobernante perdieron el control.

—Pensé que el Gobernante era de la línea principal y, por lo tanto, no debería poder perder el control.

Ante su respuesta, el otro luce absolutamente hastiado, casi molesto. Como si Chizome acabase de decir una reverenda estupidez.

—Sabes que, en teoría, ninguno lo hace.

Chizome sonríe de lado.

—¿Entonces qué maldita sea está pasando?

—Pareciera ser que, mientras menos Señores de los Dragones hay, más fuertes son los que quedan. Me pregunto por qué.

Chizome calla con esa respuesta y vuelve a ponerse serio.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora