LVIII: Malas Nuevas

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Extracto de cuaderno de notas anónimo
Página 17, líneas 1-5
"La historia de las crías bastardas de Lafquen y Mavden continúa de la siguiente forma:
Los Caballeros que fueron designados a cuidarlas no sabían realmente qué hacer con ellas. Sus infancias se alargaron por años. Mientras sus cuidadores envejecían, las criaturas seguían siendo infantes que necesitaban de cuidados y atenciones constantes. Empezaban a andar alrededor de los treinta años de edad y apenas pronunciaban sus primeras palabras a los cincuenta. Nadie tenía la vida suficiente para cuidar de esos niños eternos".

Página 20, líneas 7-9
"Las crías fueron educadas. Fueron protegidas. Fueron amadas. Si bien no tenían a sus padres a su lado para proveerles calor paternal, tuvieron a lo largo de los siglos a muchos padres sustitutos que habrían dado las vidas por ellas. Finalmente, en el caso de muchos de ellos, eso fue exactamente lo que terminaron haciendo...".


———


Yuga abre los ojos con la sensación de que ha tenido una horrible pesadilla. A su alrededor, todo brilla. El claro y refinado aroma a diamante le permea la piel y las ropas. Nota que no tiene puesta su armadura, sino que se ha quedado vestido con las mallas y las prendas que siempre lleva debajo de ella. Lo siguiente que nota es que está sentado y que sus dos brazos están elevados por encima de su cabeza. No tiene siquiera que forzar sus muñecas para entender su situación. Está encadenado en las mazmorras reales.

Quizá no fue una pesadilla lo que tuvo después de todo. Intenta recordar exactamente qué había pasado, pero no tiene la menor idea. Su último recuerdo es el de haberse quedado dormido en la posada de Shouto, sobre una cama que olía un poco a flores y otro poco al Caballero de los Pueblos que acompañaba a su amigo.

¿Cómo pasó de eso a estar aquí? Su mente se empeña en crear borrones terribles ahí donde debería haber memoria. Sacude la cabeza una y otra vez y aprieta los párpados, intentando recordar, pero un silencioso vacío insiste en instalarse en medio del remolino de sus pensamientos.

Abre los ojos otra vez. Siente un aroma familiar y escucha el sonido de pasos.

—¡TetsuTetsu! —su voz suena ronca (¿hace cuántos días que está ahí?), y en la lejanía alcanza a ver una sombra que se mueve, pero dicha sombra se aleja en lugar de acercarse.

Las mazmorras reales están construidas en el corazón del cerro que es coronado por el Castillo del Rey. Sus pisos, techos y paredes están fabricados con diamante extraído directamente de las escamas viejas de Unperalles. Es un diamante que absorbe energía mágica, produciendo así un brillo constante y debilitando a cualquier usuario de magia que se encuentre cerca. El hecho de que su padre hubiese sido capaz de luchar aun sufriendo los efectos del diamante de Unperalles es muestra de lo extremadamente poderoso que era. Y de lo más poderoso que podía ser si luchaba lejos de su dragón principal.

Las mazmorras reales fueron erigidas para contenerlos a ellos. A los Señores de los Dragones. Una jaula para sí mismos que levantaron con sus propias manos, usando las escamas de sus dragones.

Una broma sin gracia.

No obstante, Yuga jamás pensó que, de entre todos, él terminaría siendo el que sería confinado en esas bonitas pero malévolas mazmorras.

Pasan unos instantes antes de que se vuelvan a escuchar pasos y a éstos Yuga los reconoce solo oírlos. Eso no le hace precisamente feliz. No sabe qué hace ahí, pero sabe que lo que sea que haya pasado tuvo que ser malo, muy malo, y enfrentar a Inasa en esas circunstancias...

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora