XIX: Perdóname

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Extracto de "Mi encuentro con el Señor de los Dragones" de Eneida. 
(Libro prohibido, su distribución ha sido vetada y su autora ha fallecido de forma misteriosa. Los ejemplares sobrevivientes permanecen bajo custodia).
Página 47, párrafo 3
"Le pregunté por los collares. Le pregunté quién le había enseñado a hacerlos. 'No lo sé'. Me dijo. Le pregunté, entonces, por qué los hacía. 'No lo sé', respondió".


———


Bakugou se baja una de las mangas de cuero que se aprietan en torno a sus brazos y mira la piel recién expuesta.

Hay restitos de sangre seca. Se acerca la parte interna del codo a la boca y empieza a lamer para limpiarse. Hace una mueca y frunce la nariz. Sabe horrible. Pero se vuelve a lamer para seguirse limpiando. No se detiene hasta que ha terminado. Luego vuelve a cubrirse y repite el procedimiento con la otra manga. La desabrocha, la baja, lame, frunce el rostro, la vuelve a poner en su lugar. Gruñe. Luego se lleva una mano a la espalda, ahí por encima del omóplato, debajo de la capa, y se empieza a rascar con mucha fuerza. Su piel está ya de por sí llagada y siente que le arde. La sangre fresca se incrusta en sus uñas cortas y la piel se rompe más. Pero se sigue rascando. De hecho, lo hace hasta con más fuerza. Gruñe. Y vuelve a gruñir.

¿Cuándo piensa Deku volver?

Le dijo que le esperara aquí. A Bakugou no le parecía buena idea, pero como Deku dijo que conseguiría a alguien que podría ayudarle a encontrar una esposa sin problema, decidió hacerle caso.

Se guardó entre los árboles que rodean a Rasaquan. Observa a la ciudad desde ahí. Hay una pared de montañas detrás de ella, lisa, negra y elevada, ondulándose contra un horizonte dorado. Gran parte de las calles centrales están completamente adoquinadas y las casitas tienen techos de tejas de colores que forman distintos dibujos y motivos. Es una ciudad extensa, más grande que Mangaio. Más grande que cualquier cosa que Bakugou haya visto antes.

También es el lugar más grande en el que Deku ha estado en su vida, pero eso no lo sabe él. No sabe que el pequeño chico del bosque está a partes iguales completamente aterrorizado y enteramente emocionado ante la idea de estar en la ciudad natal de su gran amigo Tenya. Claro, Izuku no ha mencionado a Tenya. Así como no ha mencionado tampoco el dolor insoportable en sus piernas y pies ni su añoranza por volver a su hogar.

Bakugou aprieta los dientes. Se pone de pie. Coloca una mano inadvertidamente sobre la superficie de un árbol, pero, al tocarlo, le mira repentinamente y después le roza suavemente con los dedos. La superficie es dura y porosa. Katsuki frunce el ceño. Se acerca. Después pone la mejilla contra la corteza y empieza a embarrarla sobre la madera, raspándose la mejilla debido a la fuerza, pero ignorando ese hecho en particular.

No le gusta. No le gusta lo que siente. Porque no lo entiende. El cuerpo entero le fastidia. Cada estúpida célula en su organismo está determinada a quemarle, a agitarse en una especie de fiebre que se lo carcome. Katsuki gira el rostro y empieza a raspar la otra mejilla, molesto. Aprieta los ojos y los dientes y se raspa entre las grietas de la dura madera. Desde que Deku se fuera, como si el hecho de no tener alguna distracción en la cual pensar empeorara sus síntomas, ha vuelto a sentirse tan mal como se sentía en la montaña.

Si Bakugou no hubiese encontrado la forma de abandonar esa montaña de mierda, sospecha que habría perdido la razón. Sospecha que quizá se habría arrancado los propios brazos. Sospecha que quizá le habría pedido a sus dragones que se lo comieran vivo para acabar con su sufrimiento.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora