XXI: Qué terrible es la destrucción

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Extracto de diario
Página 37
"El nuevo Chisaki no es bueno. Viene y me golpea con una vara de metal afilada. Los dragones dicen que se llama "épée". Me causa heridas. Cuando yo lo detengo, él me grita que, si me opongo, entonces se asegurará de que yo jamás sea libre.
He intentado seguirle cuando se va. Siempre desaparece".


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Qué terrible, qué terrible es la destrucción. La sangre corre y forma arroyos, ríos, lagunas. Las aves caen por montones al suelo. Los árboles se queman. Las respiraciones desfallecen. El cielo se torna de colores macabros, el humo se lo come.

Qué terrible, qué terrible es aquella destrucción.

Los dragones engullen, engullen lo que se encuentran. Empujan lo que les estorba y rostizan lo que se mueve, por mera diversión. Juegan a tirarse vacas a las bocas de uno a otro. Juegan a jalar anacondas de extremo a extremo y partirlas por la mitad, bañándose las caras de su sangre ponzoñosa. Se revuelcan entre las cenizas. Quedan hechos un lodazar. El único que no participa en los juegos es Lemillion, quien va orgulloso al frente, llevando a su Señor en la espalda. Sus escamas doradas relucen y ciegan a cualquiera que intente mirarle. Su fuego azul quema más rápido que el anaranjado de sus congéneres. El dragón va al frente como una suerte de general, a veces en el suelo y otras sobrevolando encima de las copas de los árboles y las puntas de las colinas y montañas.

Mirio y él parecieran estar conectados. El dragón sabe cuando Mirio quiere bajar. Sabe cuando Mirio quiere subir. Sabe cuando Mirio ha decidido que no encontrará lo que busca ahí donde están.

Se topan con un río. Lemillion sopla su aliento abrasador por encima de él, haciendo al agua hervir. La vida marina dentro de él muere. Aquellos que logran escapar, salen desesperados a la superficie, mirando horrorizados a sus espaldas. Las pieles en ebullición.

Mirio observa a una chica con un largo cabello azul cielo emerger de esa superficie humeante. Su piel está roja y frunce la vista en una clara expresión de dolor. Respira agitada y está completamente desnuda. Su piel entera es lisa y uniforme, maravillosa, y Mirio opina que jamás vio a un ser tan divino. Quiere bajar por ella, pero, en ese momento, ella agita una mano en su dirección y una grandísima ola de agua hirviendo se echa encima de Mirio y Lemillion.

—¡Agh! —exclama el joven Señor, que, si bien tiene cierta resistencia a las altas temperaturas, igual se quema un poco. Lemillion recibe el ataque de forma indiferente, como si le hubiesen echado simple agua fresca.

Mirio mira a la mujer con el ceño fruncido. Ésta inclina el pecho hacia adelante, las manos hacia atrás, en una pose que deja en claro que está a punto de volver a atacar. Sus senos grandes están rojos y llenos de agua. Su intimidad se ampolla. Es hermosa, pero está destruida. Mirio le lanza una mirada que mezcla un poco la pena y un poco más la indiferencia.

Lemillion lanza una mordida y, en cuestión de segundos, los huesos de la bella mujer ya están crujiendo dentro de su mandíbula.

Lemillion vuelve a alzar el vuelo.


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Los puños del hombre se clavan en su cintura, cerrados. Las alas blancas de su dragón se mueven de arriba abajo en el aire, dispuesta la bestia ahí frente al horizonte moribundo.

El ejército de dragones comandado por Mirio y Lemillion se aproxima rauda y salvajemente, sin control. El hombre, empero todo, observa la llegada de sus enemigos con una amplia sonrisa. Es un hombre gigantesco, más de dos metros de altura, más de 250 kilogramos de peso, la mayor parte músculo puro. Sus dientes son blancos y rectos, su mirada ligeramente amenazante, su cabello rubio, lacio y corto.

Mirio y Lemillion, por supuesto, no tardan en notar a su adversario. Y cómo. Si no es sólo el hombre que es gigantesco, sino también el ciclópeo dragón de diamante blanco sobre el cual monta. Incluso Lemillion, un dragón tan antiguo y magnánimo, es un poco más pequeño que esa escalofriante bestia que permanece suspendida en el aire con el poder de sus grandes alas, lanzando vientos huracanados sobre la tierra y produciendo una sombra que se extiende por varios kilómetros a la redonda.

Lemillion se detiene frente al Un-per-alles, uno de los dragones más arcaicos de todo Drom. Un dragón de escamas blancas del material más duro conocido, brillantes y preciosas, que lanzan destellos tales bajo los rayos del sol que, bajo ciertos ángulos, el dragón pareciera estar hecho de pura luz.

Qué bestia tan magnífica. El ejército de Mirio y Lemillion se detiene. El gran dragón dorado vuela hasta quedar a alrededor de medio kilómetro del otro dragón. Los dos enormes reptiles se miran, se saludan en silencio. Los dos Señores se observan también el uno al otro, Mirio con expresión enfurecida, el otro sin desaparecer su sonrisa.

—Ahí estás, pequeño —exclama el hombre gigante, viendo a Mirio. El chico frunce aún más el ceño—. Lo lamento, pero he venido a detenerte. No puedo permitir que sigas causando esta destrucción sobre Drom. Así que deberás matarme o deberás morir, pero esto se termina aquí, muchacho.

Sus palabras se sumergen en el viento y se queman con el calor del sol amarillento. Los dos Señores se contemplan por unos momentos antes de que haya cualquier otro tipo de reacción.

Entonces, Mirio lanza un grito desolador y su dragón se lanza contra el gargantúa blanco. Unperalles y su Señor esperan el ataque con tranquilidad.


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Mirio tose sangre. Debe tener varias costillas rotas atravesándole diversos órganos del cuerpo. Tiene un brazo completamente destrozado y la mitad del rostro feamente amoratada. Junto a él, enorme y terriblemente lamentable, Lemillion yace también, sangrando en distintos sitios e inconsciente. Varios de los otros dragones, quienes se han mantenido al margen de la pelea descomunal, ya están lamiendo sus heridas para ayudarle. Otros, en cambio, se dirigen hacia donde el dragón blanco espera, para irse con él ahora que su Señor ha sido derrotado.

Toshinori se detiene a un lado de Mirio. Su sonrisa ilógica sigue plasmada en su rostro, como si fuese alguna clase de monstruo que disfruta de la muerte ajena.

—Lo lamento, pequeño, pero era necesario —dice, tapando al sol con su cuerpo—. Mi función es proteger a Drom. Y tú no te habrías detenido de ninguna otra forma... —suspira y su sonrisa se deshace. Se convierte en una mueca seria e infeliz.

El pequeño Sol se acerca para intentar animar a su amo, viendo al Señor enemigo nerviosamente y agachando la cabeza, como si pidiera permiso para aproximarse sin que lo mataran. El hombre le mira y vuelve a sonreír.

—Lame sus heridas si quieres, pequeñuelo, pero no va a servir de mucho, lamento decírtelo —Toshinori mira a Mirio—. Tu Señor va a morir.

Y se endereza. Se da la vuelta y camina para alejarse. Sol se apresura a acercarse y empezar a lamer las heridas de Mirio. La sangre baña la lengua del pequeño dragón y entonces sus grandes ojos se llenan de agua.


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Notas: La saga de Mirio continúa. Y sí, yo sé que este capítulo deja en evidencia que estoy llena de maldad, but :'D dispénsenme.

Los quiero y los dejo con las notas del capi.


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Notas y curiosidades sobre el capítulo:

Hoy no es mucho. Sólo quería aclarar que "un" en francés significa "uno" y "alles" en alemán significa "todos". "Épée" significa "espada" en francés. Mi teoría es que en Drom se hablaban varias variaciones de las lenguas romance, hasta que una fue elegida como "estándar" y se convirtió en la Lengua Común. Esto sería un caso similar al italiano. ¿Sabían que el italiano actual era en realidad uno de los dialectos hablados en el territorio italiano -el tuscano, si no me equivoco-, el cual fue elegido para ser el idioma oficial del país debido a que era considerado el más bello?

Bueno, ahora sí, c'est tout. Nos leemos! :D

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora