XLIV: Ocaso

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Extracto de cuaderno de notas anónimo
Página 33 [página arrancada], párrafos 1 y 2
"También pareciera ser que, mientras menos Señores de los Dragones hay, más fuertes son los que quedan. Me pregunto por qué... (...) Antes, cuando los Señores eran mucho más numerosos, sus enfrentamientos, tal como han sido relatados por nuestros antepasados, no eran tan impresionantes. Ellos no eran tan resistentes. Para sus y nuestros disidentes, asesinarlos no era imposible. Incluso, acabar con las crías sobrantes era una labor relativamente sencilla.
Pero, conforme sus números se fueron reduciendo, empezamos a notar que fueron volviéndose más fuertes. Nacían con más habilidades, incluyendo el manejo de hasta dos Potestades, y matarlos ya no era tan sencillo".


———


Lo que se ve por encima de sus cabezas es algo que cada uno de ellos está seguro de que ninguna otra criatura viva ha presenciado jamás.

El fuego de distintos tonos se arremolina en un disco incinerador que gira y gira en el aire, cubriendo por completo el cielo que debieran otrora ver, generando un calor devastador que entra a cada rincón de Marcelle y rugiendo como si se tratara de una bestia que posee vida propia.

Apenas pueden elevar las vistas. Entrecierran los ojos, aprietan los dientes y sus manos se aferran a sus distintas armas, mientras múltiples bocas profieren los nombres de runas sin parar.

Marcelle se está muriendo.

La ciudad más poderosa de todo Drom. La muerte del Comandante de las Fuerzas Reales fue el pivote que desencadenó todo esto. Tras verle caído y ver ahí a los tres perpetradores del crimen, los líderes de equipos, los guerreros, los caballeros e incluso la gente común elevó un grito de guerra al aire.

Es una guerra.

Una que ninguno de ellos vio venir, pero que está aquí. Una de la que el Comandante quizá intentó advertirles, a su manera, pero nadie fue lo suficientemente sabio como para leer entre líneas. Ahora él está muerto y ellos están luchando, y es difícil saber quién gana y quién pierde. Sus enemigos son sólo tres... o seis, si es que se cuenta a los tres dragones que se aparecieron repentinamente y que han creado ese disco de fuego que ahora les cubre, mientras que la gente de Marcelle se cuenta en decenas de miles. Aún así, los tres hombres, los tres Señores de los Dragones permanecen en pie, mas también lo hace el ejército improvisado de la ciudad, y no es posible saber quién va a ceder primero, quién será el primero en caer.

Ráfagas negras de viento se disparan en los alrededores del que es acompañado por el dragón verde. El agua de los mares se ha elevado para dar auxilio al que es acompañado por el dragón azul. La tierra cruje y ataca al comando del último, quien es protegido por un dragón color ocre. La sangre salta en todas direcciones y las armaduras son cercenadas, la carne y los músculos se parten, los huesos se quiebran, las extremidades se separan de los cuerpos.

Pero la gente de Marcelle no cede. No cede ni un milímetro, sino que avanzan con más ímpetu cada vez que ven a uno de los suyos caer, con más ansia, con más valor y más coraje. No tienen intenciones de perder, está claro. Tienen mucho por lo que luchar, porque no luchan sólo por Marcelle, luchan por un reino entero, porque saben que ellos son la ciudad más poderosa de Drom y que, si ellos caen...

Si ellos caen, entonces no queda mucho para interponerse entre el enemigo y Drom.

—¡¡¡ADELANTE!!! ¡¡¡ADELANTE!!! —brotan los gritos de guerra y las manos, las espadas, las magias, todas se conglomeran y se abalanzan sobre el enemigo.

Mi Señor de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora