Capitulo setenta y uno.

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La primera noche con Daniel en casa no fue tan mala. Tristan y yo habíamos ideado un plan para las tomas. Cada uno se iba a levantar a darle una de ellas, y a preparar a su vez un biberón para la próximo. Había funcionado bastante bien y aunque cansados, estábamos bastante contentos.

La última toma de la noche (o de la mañana, según se mirase) me tocó a mi, así que cuando el pequeño empezó a llorar, tiré hacía atrás de las sábanas y me levanté. Teniendo cuidado de no tropezar, rodeé la habitación hasta que llegué a la cuna, cogiendo al pequeño al mismo tiempo que lo mecía. Tuve el mismo el cuidado al salir de la habitación.

El camino al salón lo hicimos en silencio, pero en lugar de dejarle allí, lo sostuve con fuerza y caminé hasta la cocina. Encendí la luz más pequeña de todas y me acerqué hasta una de las encimeras, cogiendo el biberón con leche que Tristan me había dejado preparado. Después de quitarle a tapa, lo metí en el microondas y cuando estuvo listo, lo saque.

- Ya está, pequeño... - Susurré.

De camino al salón, volví a mecerle, y le dí un beso en la frente. Con cuidado, dado que estaba bastante oscuro, conseguí caminar hasta llegar al sofá. Coloqué al bebé en mis brazos, y el biberón en el suelo y después extendí el brazo para encender la luz de la lampara. Volví a prestar la atención al niño, que se estaba llevando las manos al rostro y las aparté con cuidado.

- No, Daniel... - Murmuró.

Cogí el biberón y lo levanté, rozando la tetina contra la boca del bebé. Por suerte, lo cogió enseguida, comenzando a succionar la leche. Me relajé cuando lo vi hacerlo, por que significaba que estaba comiendo. Mi mirada se perdió mientras le bebía comer. Aún no podía acostumbrarme a la sensación de saber que ahora había alguien que dependía de mi tanto como lo hacía Daniel.

Me incliné hacía abajo, rozando mi nariz con su frente y le di un beso, aspirando el olor a bebé al que tanto me había acostumbrado. Sonreí y le acaricié la manita, a lo que el pequeño respondió agarrando mi dedito. Ahogué un quejido bastante infantil y le besé los deditos. Tenía una estúpida y feliz sonrisa en los labios mientras observaba a mi bebé comer.

- Hace menos de veinticuatro horas que estás en casa y ya te quiero con toda mi alma. - Confesé.

Una hora más tarde, Daniel había terminado de comer. Dejé el biberón sobre la mesa y me levanté, colocando al bebé en otra posición mientras le daba pequeñas palmaditas en la espalda para que pudiera echar los gases. Cuando lo hizo, volví a darle un beso y caminé hasta el pasillo para poder llevarle a la cuna.

Entré en la habitación de puntillas, sujetando al niño y me acerqué hasta la cuna para poder dejarle. Tristan estaba boca abajo, y la almohada le cubría el rostro por completo. Sonreí un poco y después de asegurarme que el bebé ya dormía, me incliné sobre la cama para darle un beso en la espalda.

Tristan ni siquiera se movió cuando lo hice, cosa que me hizo sonreír. Mi mirada se dirigió hacía el despertador de su mesita y eché un vistazo rápido a la hora. Eran las seis, así que mentalmente apunté la hora de la siguiente toma. De repente, el sueño había desaparecido de mi sistema nervioso, así que decidí salir de allí y no echarme en la cama para no despertar a Tristan si empezaba a dar vueltas. 

En esa ocasión si que cerré la puerta, para que ambos pudieran descansar y caminé hasta el salón, dónde había dejado el biberón y la luz encendida. Me acerqué para coger el biberón y poder llevarlo a la cocina, además de aprovechar para preparar una siguiente toma para Daniel. Y así lo hice; puse el primero en un recipiente y en un biberón limpie eché la leche que el médico nos había aconsejado que debía tomar por su edad.

Stolen moments ∆ TradleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora