Capitulo setenta y ocho.

65 12 0
                                    

Cinco días. Habían pasado cinco días desde que todo ocurrió. Ni Tristan ni yo habíamos sido capaces de decir nada, ni siquiera una palabra de ánimo entre nosotros. Me dolía el corazón de pensar que quizás no podría volver a ver a mi hijo y sabía que Tristan se sentía igual que yo en ese sentido. Había perdido las ganas de hacer cualquier cosa. James y Connor venían a hacernos compañía, pero ninguno era capaz de decir algo que aliviara ese dolor.

Esa mañana me había levantado de la cama por petición de James, pero no tenía gana alguna de hacerlo. Quise preguntar por Tristan, pero James negó con la cabeza y supe que Tristan había vuelto a irse. Desde hacía unos días, Tristan se levantaba muy temprano y salía de casa sin avisar. Connor me dijo que lo hacía por que quería buscar al bebé, pero yo ya no estaba seguro de eso.

Me daba miedo perder también a Tristan por que todo estaba siendo demasiado difícil y era una situación que ninguno de los dos podía admitir. Me tumbé en el sofá, dejando escapar un suspiro y cogí la taza de té que James me tendía. Tardé unos segundos de más en empezar a beber. Estaban tan cansado que me costaba mucho hacer cualquier otra cosa que no fuera llorar.

- Brad... - Susurró James, y yo negué.

- Solo quiero que vuelva, ¿vale? Necesito que vuelvan. - Susurré.

Ya no me refería solo a Daniel, si no también a Tristan, que se estaba alejando de mi cada día que pasaba. Escuché la puerta del apartamento abrirse y mi corazón comenzó a latir con fuerza. La desilusión volvió a mi cuando vi entrar a Connor, que se había quitado la chaqueta y la había dejado encima de una de las sillas. Al verlo negar, las ganas de llorar volvieron a mi.

- Necesito estar solo. - Dije, con una fuerza en la voz que en realidad ya no sentía.

James que era quién más cerca de mi estaba asintió con la cabeza y se acercó a Connor. Ambos salieron de allí en dirección a la cocina y aunque sabía que seguían estando cerca, por una vez en todo ese día sentí que me quedaba "solo". Me acurruqué contra la manta que me cubría y respiré hondo. A lo lejos escuché el timbre de mi teléfono y con un gran esfuerzo aparté la sábana y lo alcancé.

"¿Me has echado de menos? Soy yo, Brad, mamá. ¿Quieres recuperar a tu hijo? Nos vemos en la quinta avenida en quince minutos. Ven solo. Si avisas a alguien Daniel morirá."

Me esforcé por no soltar un grito y miré a mi alrededor. James y Connor no estan cerca pero podía escuchar ruido en la cocina así que supuse que estaban haciendo algo de desayunar. Durante unos segundos vacilé, pero en cuanto se me pasó, corrí de vuelta a mi habitación, para ponerme rápidamente unos pantalones y una sudadera. Como no tenía tiempo para peinarme, me coloqué un gorro.

Volví al salón echando un rápido vistazo a la puerta de la cocina que estaba entreabierta. Mis amigos seguían allí, así que aproveché para acercarme hasta la mesa y escribir una nota rápida antes de coger las llaves de mi coche y salir pitando del apartamento. Traté de cerrar la puerta haciendo el menor ruido posible y después, eché a correr.

Bajé las escaleras dando saltos, tan nervioso que estuve a punto de caerme una vez. Al llegar abajo, tomé una gran bocanada de aire antes de salir por la puerta que daba al garaje. Algo en mi bolsillo comenzó a vibrar y no me di cuenta de que tenía el móvil. Lo saqué rápido, echando un vistazo. Era un correo electrónico. Sentía mi corazón latir a mil por hora.

Haciendo caso omiso, decidí apagar el teléfono para que no me molestase y al llegar al coche lo guardé en la guantera. Apagado nadie sabría donde estaba, y así protegía tanto a Daniel como a Tristan. Tristan. Sentí una punzada en el pecho al recordarlo, pero hice caso omiso y puse en marcha mi coche. Sabía dónde me había citado mi madre así que no tenía que usar un mapa ni nada por el estilo.

Llegué allí cinco minutos antes de la hora marcada. El corazón me latía tan deprisa que estaba seguro de que las personas que caminaban a mi lado podían escucharlo. Intenté tranquilizarme, o al menos hacer que mi corazón latiera más despacio, pero no lo conseguí. Tragué saliva y eché un rápido vistazo al reloj de mi muñeca. Ya habían pasado los quince minutos.

Levanté la cabeza, esperando ver a mi madre por allí, pero conforme pasaban los minutos, la desilusión iba apareciendo. ¿Y si mi madre me había engañado? ¿Y si solo había sido una estúpida prueba? Escuché el claxon de un coche y me hizo levantar la cabeza. Con el ceño fruncido, divisé un coche negro a lo lejos, sin matriculas y en el asiento del conductor estaba mi madre, haciéndome un gesto.

Resguardandome de la fina lluvia que empezaba a caer eché a correr hacía el coche, sin dudarlo. Mi hijo estaba en peligro y era lo más importante que tenía en la vida. Me subí al asiento del copiloto, con intención de acomodarme cuando escuché una voz detrás de mi acompañada de una risa. Sentí un dolor lacerante en la nuca y de repente, la oscuridad me invadió.

[...]

Escuché como alguien susurraba mi nombre a lo lejos pero estaba tan a gusto que me negué a abrir los ojos. Los susurros se empezaron a escuchar más alto y en ese momento me removí incómodo. De repente, sentí como alguien golpeaba con fuerza mi mejilla con fuerza. Intenté apartarme, pero alguien me sostuvo por el hombro, impidiéndome cualquier movimiento. Fruncí el ceño, totalmente molesto ya.

- ¡Brad!

No reconocí enseguida la voz que me estaba hablando, pero mis ojos se abrieron poco a poco. Encima de mi podía ver un par de cañerías oxidadas. Al girar el rostro, divisé una sombra a mi derecha, pero no podía verlo con claridad aunque seguía escuchándole gritar mi nombre. Pestañeé y de pronto volví a recibir un golpe en la mejilla que me hizo soltar un quejido. Ante mis ojos apareció la figura de mi madre y poco a poco los recuerdos volvieron a mí.

Poco a poco empecé a sentirme más despejado. Ya no escuchaba mi nombre, pero mi mirada se fue hacía todos lados. Desesperado, buscando a mi hijo por allí, o algún rastro de que tuviera a Daniel por allí. Descubrí que estaba dentro de una gran habitación a oscuras. No había ninguna cama y la única ventana estaba tan alta que casi ni entraba la luz. Me costaba mucho ver algo frente a mi.

- Por fin te has despertado, bella durmiente. - Dijo mi madre, y me estremecí.

- ¿Donde está Daniel?

- Yo también me alegro de verte.

- Zorra. - Solté, sin pensarlo.

El sonido del tortazo resonó por toda la estancia. Giré el rostro de nuevo en su dirección, e intenté levantar una de las manos para frotarme el lugar, que empezaba a escocerme. El tintineó de una cadena me hizo bajar la cabeza y mis ojos se abrieron al descubrir que mis mejillas estaban cogidas a unas cadenas en la pared. Los recuerdos del secuestro volvieron a mi, haciendo que me encogiera.

- Así aprenderás a hablarle bien a tu madre.

- Tu no eres mi madre. - Contesté, y volví a intentar mirar a mi alrededor. - ¡DONDE ESTÁ MI HIJO!

Mi madre chasqueó la lengua y se levantó, apartándose de mi. Yo ya no podía escuchar esa voz pronunciar mi nombre así que intuí que había sido mi madre, en un intento de hacer que abriera los ojos. Tragué saliva, y tiré de mis manos hacía arriba, pensando que de alguna manera conseguiría soltarme (como si fuera a ser fácil), y volví de nuevo la mirada hacía ella.

- Tu hijo está en buenas manos. No he sido tan mala abuela estos cinco días. Al menos he podido conocer a mi nieto.

- Te repito que no es tu nieto, y tú no eres mi madre. - Gruñí.

Realmente empezaba a molestarme que mi madre se creyera todo lo que estaba diciendo. Solo quería saber dónde estaba mi hijo y si había alguna pequeña posibilidad de que pudiéramos hacer un intercambio y que el bebé pudiera volver a casa sano y salvo. Un ruido llamó mi atención y vi a mi madre salir de allí sin decir ni una sola palabra más. Cuando la puerta se cerró tras ella, quise gritar, pero me contuve.

Dirigí la mirada por todo el lugar, con la esperanza de encontrar algún modo de escapar de allí, de soltarme y poder recuperar a Daniel, pero entonces la puerta volvió a abrirse. Escuché a mi madre gritarle a alguien que caminara, pero la habitación estaba tan oscura que era casi imposible descubrir de quién se trataba. No fue hasta que mi madre no se acercó hasta un foco de luz que vi, con terror, de quién se trataba.

Stolen moments ∆ TradleyWhere stories live. Discover now