Capitulo ochenta.

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- Nunca. - Jadeó Tristan.

Me sentí muy bien al escuchar sus palabras pero eso duró apenas unos segundos. Un grito de Tristan inundó toda la estancia y me hizo estremecer. Ahora sabía por qué le había colocado esas cosas en el pecho. Le estaba dando descargas. Con un esfuerzo, intenté levantarme, pero al tirar de las esposas escuché un crujido y no pude evitar soltar un jadeo.

Mi mirada se volvió hacía mi madre, que reía intentando ver cómo sufría por intentar rescatar a mi pareja. Lo intenté de nuevo, a pesar del dolor en las muñecas y vi como Tristan me miraba suplicando. No quería dejar que mi madre le hiciera daño, no podía. Quería ayudarle, si Tristan moría yo... yo me sentiría muy mal. Sabía que si eso pasaba, una parte de mi moriría con él.

- ¡PARA! - Grité, al ver que estaba dispuesta a repetir el gesto.

Mi madre se paró en seco, echando una mirada en mi dirección. La vi pulsar un botón, ese maldito botón y el cuerpo de Tristan volvió a convulsionar. Vi como el rubio se mordía los labios y me sentí tan mal... desearía estar en su lugar. Las convulsiones pararon pocos segundos después, y sentí la mirada de Tristan, vidriosa y confundida, puesta sobre mi.

Lo que pasó a continuación no me lo esperaba. Tristan sacó fuerzas de donde no las tenía y la golpeó en toda la frente, haciendo que mi madre cayera al suelo. A continuación, tiró de las cuerdas con todas sus fuerzas, un par de veces hasta que en una de esas, se soltó. Tristan soltó un grito de triunfo y después corrió hacía donde yo estaba. Sacó unas pequeñas llaves del bolsillo y con manos temblorosas intentó liberarme.

- ¿Como has hecho eso? - Pregunté, jadeante.

- No lo sé... pero no importa, vamos, tenemos que irnos. - Contestó, y tras soltarme, me ayudó a levantarme.

Dejé que me ayudara a levantarme y después me agarré a él para poder echar a correr. Conseguí pasar por delante de mi madre, que seguían en el suelo, pero sentí un tirón cuando ella cogió a Tristan del tobillo y lo tiró al suelo. Estaba a punto de acercarme hasta ellos cuando vi el filo de un cuchillo en el aire y sentí como Tristan gritaba con todas sus fuerzas.

Su grito me hizo temblar, y lo vi arañar el suelo y patear a mi madre hasta que consiguió darle una buena patada en la cara. Quise acercarme hasta él, pero Tristan levantó una de las manos y señaló la puerta que abierta frente a mi. No quería dejarlo solo, más ahora que estaba herido, pero Tristan volvió a señalarla.

- ¡Corre! ¡Busca ayuda!

Ni lo pensé. Salí de allí después de coger el cuchillo con el que mi madre había herido a Tristan. Lo mantuve frente a mi, por si aparecía alguien, como si pensase que mi madre había tenido algún tipo de ayuda. Subí corriendo las escaleras para encontrarme en un pequeño apartamento. No me fijé en nada más. Comencé a correr de nuevo y entré en la cocina, cogiendo aliviado el teléfono fijo.

Rápidamente marque el 112, pidiendo ayuda. Sin soltar el cuchillo, comencé a recorrer la casa, pateando las puertas de todas las habitaciones hasta que llegué a una puerta que estaba entreabierta. Sin miedo, le dio una patada. La puerta golpeó la pared que tenía enfrente y el llanto de Daniel empezó. Me acerqué rápidamente hasta la cuna, suspirando aliviado cuando vi que el bebé estaba sano y salvo.

- Mi vida... - Susurré, dejando el cuchillo para cogerlo.

El operador al otro lado de la línea me llamó la atención. Rápidamente, y sin tiempo para respirar, le conté nuestra situación y cuando me preguntó que donde estábamos, no supe decírselo. Por suerte, él comentó que podría reconocer nuestra posición con el GPS así que esperé. "La policía llegará allí en diez minutos" me contestó y por una vez desde hacía tiempo, me relajé por completo.

Mecí al bebé, que seguía llorando, justo cuando escuché un ruido. Me estremecí y traté de calmar de nuevo al bebé, que parecía nervioso. Cuando lo conseguí, miré a mi alrededor. Necesitaba esconderme, o al menos poner a salvo a Daniel. Corrí hasta el armario, dejando al bebé sobre un montón de ropa y después de darle un beso en la frente, cerré y me aparté.

Volví a coger el cuchillo y conté mentalmente los minutos que faltaban hasta que la policía pudiera llegar hasta allí. Escuché una risa que me heló la sangre y mi madre cruzó la puerta con esa sonrisa tan cruel que había tenido en todo momento desde que nos secuestró. Blandí el cuchillo frente a mi, sin miedo alguno pese a que la mano me temblaba.

- Vaya, vaya... Mira quién se ha vuelto tan valiente. ¿Vas a hacerle daño a mamá?

- He llamado a la policía, estará aquí enseguida.

- No me das miedo, hijo. Puedo contigo.

- Te haré daño si es necesario. - Confirmé, y blandí de nuevo el cuchillo frente a mi.

Sin esperarlo, mi madre se lanzó hacía delante. Yo no me quedé quieto y dí un paso hacía delante, seguido de otro. De repente, la mirada de mi madre cambió. Su expresión era de sorpresa total, aunque no entendía por qué. Al mirar hacía abajo descubrí que el cuchillo se había clavado en su estómago. Ella se echó hacía atrás, tratando de sujetarse a mi, pero yo me eché hacía un lado, observando cómo caía al suelo y exhalaba un último suspiro antes de morir.

Mi madre estaba muerta. Muerta frente a mi. Conseguí salir del estado de shock y me dejé caer de rodillas, llorando todo lo que no había llorado en los últimos días. Podía escuchar al bebé lloriquear dentro del armario, pero no podía levantarme, no me sentía el cuerpo. Me arrastré hasta la puerta del armario, colocando una mano ensangrentada sobre la puerta y traté, entre susurros, de calmarle.

Las sirenas de la policía sonaron de repente, y pude ver las luces de los coches reflejadas en las paredes. Lloré de nuevo, esa vez de alegría por que nos habían encontrado y por fin se iba a acabar esa pesadilla. Por fin podríamos ser felices sin tener miedo, sin temer. Escuché gritos y pasos por las escaleras y de repente un policía apareció en la puerta.

Se acercó hasta mi, colocando sus manos en mis hombros y yo solo pude balbucear algunas palabras antes de señalar el cuerpo fallecido de mi madre cerca de nosotros. Entonces, recordé que Tristan aún estaba en el sótano y agarrando la chaqueta del policía, comencé de nuevo a balbucear, esa vez con más nerviosismo.

- Mi.. Mi pareja está en el... el sótano. Él está... está herido...

El policía asintió con la cabeza y se giró para hablar por el walkie talkie. Yo me levanté, aún temblando y abrí las puertas del armario para poder sacar a nuestro hijo. Lo acuné con cuidado, dándole besos por toda la cara y oliendo su perfume de bebé, ese que tanto me había embriagado la primera vez que lo había tenido en los brazos. El policía me indicó que era hora de salir de allí, y eso hice, sin tan siquiera dedicar una mirada a mi madre.

Caminé despacio, sintiendo el mano del policía en mi espalda al mismo tiempo que me preguntaba cosas, pero mi atención estaba centrada en el bebé, en asegurarme al cien por cien que se encontraba bien después de todo lo que había pasado. Pero Daniel parecía estar bien, y eso era lo único que me importaba. Solo levanté la cabeza al salir de la casa, intentando averiguar a dónde nos había traído mi madre, aunque no lo conseguí.

El policía me indicó que caminara hasta una de las ambulancias y al llegar, uno de los médicos cogió al bebé de mis brazos. Yo me quedé muy cerca mientras le examinaba, con miedo de que pudiera pasarle algo. Al volver la vista atrás vi que un par de sanitarios salían de la casa con una camilla y conseguí divisar un mechón de pelo rubio. Respiré hondo y quise acercarme, pero ellos caminaban hasta allí.

Nada más llegar pude ver que Tristan tenía los ojos cerrados y por un instante temí que estuviera muerto. Levanté una de las manos, y la dirigí lentamente hacía su rostro, rozando éste con la yema de uno de mis dedos. Los ojos azules de Tristan se abrieron, y lo vi girar el rostro en mi dirección, con una leve sonrisa en sus labios que desapareció enseguida.

- ¿E-Estáis bien? - Preguntó.

Asintí con la cabeza, aguantando de nuevo las ganas de llorar. Me incliné, rozando mis labios con los suyos en un beso rápido antes de que los sanitarios se lo llevaran a la otra ambulancia. Me limpié las lágrimas que habían escapado de mis ojos y volví a dónde estaba Daniel. El médico que lo estaba atendiendo se giró, informándome que el bebé estaba en perfecto estado. Me recorrió el alivio y por una vez me dejé llevar, llorando. 

Stolen moments ∆ TradleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora