El Alfa de las flores.

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Joaquín pasó todo el camino a su casa pensando en ese Alfa curioso y el bonito olor que se quedó con él después de salir de la floristería. 

Renata lo vio sorprendida cuando llegó pálido pero con las mejillas completamente rojas a la pequeña casa que rentaban. 

—Ay, hermanito, pareciera que te han visitado los fantasmas. ¿Estás bien?

El Omega asintió, ausente, dejando la mochila húmeda a un lado de la mesita que usaban para dejar las llaves o recibos para pagar. Se quitó la chamarra y la colgó en el perchero que Renata puso del otro lado para abrigos y demás. Se sentía frío y temblaba un poco pero no podía dejar de pensar en el Alfa de la florería, en su toque que le transmitió tanta paz y calor que se sorprendió. 

Ni siquiera sabía que alguien podía transmitir eso con un simple toque.

Se sentó en una silla vacía de la mesa donde comían siempre, con Renata con algunos cuadernos y su laptop abierta. La televisión de la sala estaba prendida en una película que Ren prestaba más atención que a su tarea. 

La casa era de dos pisos, en el primero estaba la sala y el comedor juntos, con un sillón largo y ancho como separador de ambos cuartos. La cocina estaba detrás de una puerta que conectaba con una barra de desayuno y donde también veían la sala desde la cocina. 

Era grande, con muebles con acero inoxidable y muy moderna, el refrigerador estaba de frente a la puerta y pegado a la alacena, una pequeña ventana encima del lavadero daba al patio trasero, donde tenían un pequeño jardín y donde colgaban su ropa para secarla.

A un lado de la cocina había un pequeño corredor que llevaba al patio trasero y al cuarto de lavado, que técnicamente tenía espacio para una persona y la lavadora y secadora, al igual que un estante que habilitaron para poner el detergente y papel de baño. También había un baño que estaba al lado del cuarto de bañado, y donde normalmente Joaquín se bañaba porque Renata siempre se tardaba una hora en el baño de arriba.

Las escaleras estaban en frente del comedor y tenían tres cuartos y un baño. El tercer cuarto lo usaban de biblioteca y estudio de Joaquín, donde tenía cosas de su trabajo y de sus pinturas. El cuarto de Renata tenía vista al patio trasero y el suyo a la calle, donde tenían un pequeño balcón donde habían tres plantas que se cambiaban cada dos meses porque nunca le duraban.

Su casa estaba en una calle muy tranquila a pesar de estar casi en el centro, tenían una gran cochera delantera, aunque no tenían coche, y su puerta era una grande de madera, con una fachada de ladrillo rojo y ventanas también de madera. Era ridículamente barata para su zona geográfica, pero Joaquín creía que tenía que ver por su condición de Omegas que la casera, una Omega también, decidió darles ese precio con todo los gastos cubiertos. 

A Joaquín no le iba mal en el museo, pero la maestría no era barata y aunque Ren tuviera beca, jamás le negaría de nuevo nada a su hermana, a pesar que ella trabajaba medio tiempo en la biblioteca pública general Ignacio Zaragoza. No ganaba mucho, pero ella aportaba también para la casa y sus cosas. Ambos habían sufrido bastante con su papá aunque fueron 3 años que siguieron con él, sabían lo que era el hambre y el miedo de hablar, no estaban dispuestos a volver a sufrir eso.

Podrían ganarse la vida honradamente hasta de barredores de la calle, pero jamás volverían a mantener el silencio y morirse lentamente por miedo. El dinero que su mamá les había dejado en su testamento era sagrado, no se sentían seguros de usarlo porque entonces su papá sabría dónde estaban y no querían eso, necesitaban arreglar ese detalle antes de poder usarlo libremente.

—Joaco, ¿me estás escuchando? —la voz de su hermana lo hizo parpadear y verla confundido. Ella se rió, negando con la cabeza—. Te estaba preguntando que qué pasó. Te ves re pálido, como si te hubiera perseguido un fantasma.

El Secreto de las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora