Cumpleaños.

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Joaquín despertó con una jaqueca que le recordaba por qué no valía la pena tomar de más para nada.

Y aunque sabía que no tomó tanto, no entendía por qué no reconocía el lugar donde estaba. 

La cama matrimonial era muy cómoda y calientita, bastante apacible para su dolor de cabeza inminente pero no reconocía ese clóset de madera caoba café claro, ni el tocador largo del mismo tono donde colgaba una pantalla plana y luego un tocador, cerca de la puerta había un espejo de cuerpo entero en el que podía ver la silla en la otra esquina, donde estaba su chaqueta tirada. 

Tampoco reconocía las cortinas floreadas crema ni el olor del lugar, apestaba a Alfa y no entendía cómo había llegado ahí.

Estaba entrando en pánico hasta que olió ese aroma y todo su cuerpo se tranquilizó. Se volvió a dejar caer en la cama y suspiró, dejándose envolver por la mandarina y esa dulzura que seguía sin descubrir qué era. Unos toques en la puerta lo sacaron de su tranquilidad y se sentó más decente en la cama mullida.

—Adelante —dijo con la voz ronca de recién despierto. La puerta dejó entrever el rostro de Emilio, sonriendo tímido.

— ¿Puedo pasar? 

Joaquín no confiaba en su voz, así que solo asintió, viendo entrar al Alfa con un vaso de agua y pastillas en su mano. 

—Ten, tómalas antes de que sea tarde —le ofreció el vaso.

—Ya lo es —se quejó infantilmente el Omega pero se tomó las pastillas y el agua—. Recuérdame jamás volver a tomar así.

—Okay, lo prometo.

Joaquín se rió ante la manera en que Emilio hizo una cruz a la altura de su corazón con el meñique y luego lo llevó a su boca, dándole un beso suave.

—Joaco, sobre lo de ayer...—Emilio se mostró entre incómodo y asustado, confundiendo al Omega—. Yo...

—Lo sé, lo siento, te juro que no conté las copas y cuando me di cuenta...—Joaquín se interrumpió a sí mismo cuando recordó lo último que pasó antes de salir del restaurante y subir a la camioneta de Emilio. 

Se sonrojó violentamente y dejó el vaso a ciegas en la mesita de noche al lado de la cama, cubriéndose el rostro con sus brazos y haciéndose una bolita. Ni siquiera podía llorar, no tenía lágrimas. Tenía una inmensa vergüenza y coraje, ganas de golpear a ese Alfa pretencioso y a su padre.

Siempre iba a querer golpear al imbécil de su padre. Siempre.

Sintió un peso a su lado y de repente los brazos de Emilio lo rodeaban, haciéndolo estremecerse y empezar a sollozar en voz baja. Se quedaron un buen rato así, Joaquín siendo consolado por Emilio, con la vergüenza de ser hijo de su padre y no poder ni siquiera lograr desquitarse con él porque era mejor mantenerse alejado y fuera de su vida.

—Dios, te debo parecer patético —sollozó Joaquín cuando pasaron unos minutos y su llanto bajó—. Yo de verdad —se separó de él e intentó buscar las palabras—, es que yo... 

—No tienes qué darme explicaciones, Joaco —lo detuvo Emilio mientras lo agarraba fuerte de los hombros. 

Ambos se miraron unos momentos antes de que el Omega bajara la cabeza, sin poder ver al Alfa a los ojos.

— ¿Tienes hambre? —le preguntó Emilio con suavidad.

Joaquín asintió sin verlo.

—Perfecto, porque mi familia está aquí para comer por el cumple de Dani.

Joaquín lo miró entre asustado, sorprendido e indignado.

— ¿Por qué no me dijiste antes? —preguntó consternado, subiendo el edredón a su pecho.

El Secreto de las FloresWhere stories live. Discover now