¿Él se fue?

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Tres semanas después, Emilio se sentía más que deprimido por haber perdido a Joaquín. 

Lo supo cuando Joaquín salió de su casa y su corazón empezó a latir más y más lento. 

Su madre se acercó a él cuando los Bondoni se fueron y él se sentó al lado de Daniela, viendo a su familia reír y estar juntos. No entendía qué acaba de pasar, pero sentía como si Joaquín se hubiera despedido para siempre de él.

Y no entendía por qué. 

El hecho de saber del pasado de Joaquín no significaba nada más que tenerle muchísima más admiración y respeto por todo lo que había hecho por y para su hermana. 

—Joaquín es increíble, Emi —le dijo Cristina con cariño, inclinándose un poco para hacerse oír. 

Emilio sonrió.

—Lo es —murmuró y respiró hondo.

—Ren es preciosa también, Dani —Mayra la miró pícara y Dani se sonrojó.

—Es la chica más preciosa del planeta —soltó la Alfa con tremendo suspiro que Emilio entendió. 

—Me sentiré celoso, eh —su papá le dijo, Daniela lo miró durante unos segundos pero sonreía. 

—Eres el único hombre en mi vida, papi —le dijo con total devoción.

Emilio miró a su hermano romper esa imagen de Alfa duro y fuerte para soltar una lágrima. Maribel ni nadie dijo nada. Todos entendían el golpe que fue para Alberto perder a la mamá de Daniela, criarla él solo, con ayuda de sus hermanos aún así, a pesar que los abuelos maternos de Dani le ofrecieron que creciera con ellos, pero Alberto no quería separarse de su hija, del último pedacito que Graciela dejó en vida. Dani adoraba a su papá porque durante casi 7 años fueron ellos solos, hasta que llegó Maribel a su vida y les regresó felicidad y amor. 

Emilio le sonrió a su hermano cuando sus miradas se encontraron y le hizo señas para que fuera a abrazarla. 

—Ooow, no llores, mocosa —le dijo Alberto mientras la abrazaba con fuerza, Maribel sonriendo con su hijo menor entre sus brazos mientras se limpiaba las lágrimas.

—Si tú la quieres, adelante, mi niña —escuchó Emilio que le decía su hermana a Daniela—. No hay nada más noble que luchar por amor.

El corazón de Emilio se encogió y le faltó el aire cuando recordó a Joaquín besándolo en la mejilla para después despedirse.

Se levantó en silencio y se refugió en su cocina, acomodando torpemente la basura en una bolsa de papel que él hacía, viendo hacia la ventanita que estaba encima del fregadero, que mostraba el patio trasero pequeño, aunque veía sin ver, de hecho.

—Mm, aquí huele a quemado, cariño, cuidado con esos pensamientos.

Emilio se volteó rápido hacia la puerta, golpeándose al mismo tiempo con la bolsa de papel. Su mamá estaba en la puerta de la cocina, con los brazos cruzados sobre el pecho y esa mirada que lo hacía sentir como un niño atrapado a media travesura.

—Mamá —la saludó sin aliento, volviendo a recoger la basura que faltaba.

—Aún no nos vamos, corazón. 

—Oh, lo sé, solo... —no supo qué más decir y siguió limpiando. Su mamá se acercó a quitarle la bolsa y dejarla en el suelo, aunque sí acomodó los trastes ya limpios y secos en los estantes correspondientes mientras Emilio empezaba a lavar trastes con aire ausente aún. 

—Joaquín es muy hermoso —le dijo su mamá, logrando que un plato casi se le cayera al fregadero.

—Sí, lo es —su voz tambaleó un poco.

El Secreto de las FloresWhere stories live. Discover now