La familia es chismosa y metiche.

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Ambos Alfas habían dicho que no dirían nada sobre los Bondoni a su familia.

Y claramente alguien les dijo porque al día siguiente su familia empezó a joder.

Emilio llegó primero a la casa familiar, yendo directo a la cocina y abrazando a su mamá por la espalda, ganándose una suave risita y un zape cariñoso en su frente con un cucharón de madera.

—Niño, no asustes a tu madre de esta manera, ya no soy tan joven como antes.

—Pero si pareces más joven que yo, mamá. 

—Eso es cierto —su abuela le dio una nalgada al pasar cerca de él, Emilio soltó a su mamá para abrazar a la señora mayor, que era pequeña y delgada, con el cabello blanco corto y esponjoso, como un bombón. 

—Usted también está más joven cada día, señora bonita —le dio un sonoro beso en la mejilla, haciéndola reír.

—Oh, claro que sí, señor, yo no envejezco, son ustedes los que se vuelven viejos.

—Por supuesto que sí, capitana.

Emilio se alejó de su abuela para agarrar una manzana que había en el frutero de la mesa alta de en medio, donde arriba estaba un estante colgante donde habían sartenes y espátulas, también había una olla con agua, una bolsa de vinilo con mandado, tablas para cortar y más utensilios de cocina que se veían usados. Frente a la mesa, estaba otra mesa larga, donde estaba el fregadero casi pegado al refrigerador; una estufa larga de 6 hornillas y una parrilla pequeña a lado; la alacena estaba al lado del refrigerador, del lado izquierdo de la cocina. A un lado de la parrilla, había una tostadora, una cafetera y una ¿máquina de hacer waffles? 

Eso era nuevo.

— ¿Cuándo compraron la máquina de waffles? —preguntó Emilio mientras se sentaban en la mesa cuadrada mediana donde normalmente sus abuelos, su mamá y su tía Ofelia comían.

—Ofelia lo compró la semana pasada —le dijo su abuelo mientras aparecía por la puerta trasera de la cocina, que llevaba al comedor grande, donde todos comían cuando iban a la casa familiar. A la cocina se podría entrar por la puerta central, que daba al patio pequeño donde estaba una fuente, la entrada secundaria a las caballerizas y una huerta pequeña que su abuela tenía desde que él era niño; también podían entrar por la puerta secundaria que llevaba a unas escaleritas, de apenas 4 escalones, un pasillo largo que daba a la entrada de la casa. 

—Era justo y necesario comprarlo —su tía apareció también desde el comedor con un trapo que llevó al lavadero y lo lavó rápidamente, acariciando al final el aparato con extremado cariño.

—Lo puedo ver —se burló el Alfa, la Beta le sacó la lengua y se sirvió una taza larga de café, sacando la leche y mirando significativamente a su sobrino, quién asintió.

— ¿Cómo has estado, cariño? —le preguntó su mamá, sentándose también a lado de él. Sus abuelos ya estaban a su lado, pelando papas y zanahorias, Emilio empezó a ayudar a su abuela con las papas mientras su tía le dejaba el café enfrente y ella también ayudaba.

Cada que su familia se reunía, hacían varios guisos cada familia para llevar y hacer un enorme buffet. Emilio tenía 8 tíos, incluyendo a su tía Ofelia, 20 primos y más sobrinos de los que podría recordar. Si sus hermanos y sus sobrinos ya eran suficientes para llenar su casa cuando iban a verlo, la casa de sus abuelos se llenaba hasta casi reventar cada domingo.

—Bien, má. Fue una semana tranquila, solo tuvimos 3 graduaciones y un baby shower. La semana que entra estará complicada.

— ¿Entonces no vendrás a la fiesta de tu tía Andrea? —lo cuestionó su abuela mientras dejaba las papas en una olla grande.

El Secreto de las FloresWhere stories live. Discover now