La última muerte.

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La luna de miel duró tres días. Ni Emilio ni Joaquín querían dejar a sus hijas por mucho tiempo solas, querían disfrutarse pero también Joaquín quería quedarse un tiempo más extenso con su papá, ya que no sabían exactamente cuándo sería su final.

Decidieron irse a Cancún ya que la vez que regresaron de Ámsterdam, Joaco dijo que habría adorado quedarse unos días ahí, e inclusive hicieron planes para ir a finales de fin de año, pero entonces llegaron sus gemelas y todo se complicó. 

Después de la fiesta, y después de decirle a sus hijas que se quedarían unos días con sus tías mientras papá y papi iban a un viaje de negocios, los esposos se encaminaron al aeropuerto. 

La fiesta había sido divertida y hermosa, sus amigos y familia se la pasaron bien y por las stories de todos, pudieron ver que se fueron hasta las 5 de la mañana a dormir. Ellos bailaron la misma canción que bailaron hace tiempo en la cocina de Emilio, donde se dieron su primer beso y se confesaron que se amaban desde hace un tiempo atrás. 

Todo se sentía como un gran sueño, como si todo fuera irreal, aunque lo único que le hacía recordar a Joaquín que sí era cierto, eran las risas de sus hijas mientras bailaban y eran mimadas como siempre por todos sus tíos. Las gemelas lloraron un poco cuando se despidieron de ellas pero rápidamente los olvidaron cuando sus tías les dieron dulces y volvieron a bailar con ellas en la pista. 

Llegaron a Cancún casi a las 2 de la madrugada, cansados y aún con los trajes de boda. Pasaron todo el camino del aeropuerto al hotel adormilados, pero en cuanto llegaron y les dieron su habitación, Emilio cargó a Joaquín al entrar en la suite.

—Eso se hace en el portal de la casa, beloved —le dijo entre risas Joaquín, pero se apretó más a su cuerpo cuando lo depositó con cuidado en la cama. Emilio se encargó de despedir al botones y darle una buena propina, volviendo rápido con su esposo y viéndolo acostado en la cama, con las manos encima de su cabeza y mirándolo con las cejas arriba y abajo.

—Entonces —empezó Joaquín en un tono sugerente. Emilio sonrió.

—Entonces...

Se acercó a él y lo jaló para quedar entre sus piernas perfectamente, se inclinó y lo besó con suavidad, para alejarse después.

— ¿Nos vamos a dormir? 

—Sí, por favor —se rió Joaquín—. Estoy exhausto.

Ambos se levantaron de la cama para desnudarse y meterse en boxers a la cama, después de haber pasado al baño a hacer sus necesidades y lavarse los dientes. Se acostaron en la cama king size y Joaquín se puso encima del pecho de su esposo, suspirando cuando lo rodeó con sus brazos. 

Después de tener casi 8 meses con dos niñas en casa, habían aprendido que los momentos para poder dormir eran sumamente importantes y valiosos. 

Mañana tendrían tiempo de estar juntos más íntimamente. De hecho, tenían toda su vida para eso.

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El hotel donde estaban instalados estaba en la playa, era un hotel de 5 estrellas, demasiado lujoso para querer ensuciar algo pero también divertido. Había una zona de karaoke, un bar y hasta una zona de billar. La alberca era enorme y estaba en forma de 8, había tres restaurantes alrededor y dos más por la parte baja del lobby, más elegantes y privados. 

La playa era larga y blanca, con arena fina y delgada, tan suave que Joaquín quería quedarse toda su vida recostado ahí, pero Emilio lo alzó en brazos y lo tiró al mar, gritando y riendo mientras empezaban a jugar. 

—Marcos, me debes una cena después de haberme hecho esto —lo amenazó en broma su esposo.

Emilio no dejaba de sonreír. Mi esposo, mi esposo, mi esposo. No podía dejar de pensarlo desde ayer que el juez los casó. 

El Secreto de las FloresWhere stories live. Discover now