Heridas del pasado.

2.7K 266 215
                                    

Emilio cerró con cuidado la puerta del cuarto de las niñas y se estiró mientras caminaba hacia la suya, dejándose caer en la cama cuando llegó. Joaquín lo jaló a su cuerpo y terminó con el rostro de su Alfa escondido en su cuello, respirando su aroma y besando de paso su Marca. El Omega se estremeció y pasó una pierna por la cintura del Alfa, volviendo a suspirar.

—Ya se durmieron al fin —susurró Emilio sobre la piel de su Omega.

—Qué rápido, papá —se burló Joaquín pero entonces se separó un poco para mirarlo con el ceño fruncido—. Oye, no se vale, ellas se duermen muy rápido contigo y conmigo siempre quieren estar despiertas dos horas más.

—Es porque las apapachas mucho y quieren seguir cerca de su papá a cada rato en sus brazos.

Joaquín sonrió grande, sin sentirse culpable.

—Es que son adorables, tan pequeñas y tiernas —fue su excusa que realmente no era excusa, era un hecho irreversible. 

Emilio le besó la punta de su nariz, riendo. Empezó a besar su mejilla, subiendo a sus pómulos y sus párpados, sus cejas, bajando por su sien hasta su mejilla y terminando en sus labios, al fin. Joaquín suspiró cuando el beso empezó siendo suave, dulce y delicado, dejándose caer más en la mullida cama con Emilio encima de él, su pierna enrollada en la cintura presionando en la parte baja de su espalda hacia él para rozar sus centros.

Se le escapó un gemido bajo cuando Emilio movió las caderas en círculos e hizo más fricción. Se separaron con un jadeo y esperaron durante dos segundos, Emilio empezó a arremeter contra el trasero de su Omega con lentitud.

— ¿Quieres hacerlo? —preguntó en un susurro, pero Joaquín gimió mientras arqueaba la espalda y lo atraía en otro beso arrollador. 

Ambos se desnudaron lentamente, rozándose lo más que podían pero teniendo cuidado en no hacer ningún ruido, prestando atención por si escuchaban a sus hijas despertarse y siguiendo cuando el silencio los seguía rodeando, solo siendo llenado por los jadeos, susurros y gemidos bajos que ambos soltaban sin remedio alguno.

Emilio entró con cuidado en Joaquín, empezando un ritmo lento y profundo, su mano enterrada en la espalda baja de su prometido mientras Joaquín tenía ambas piernas enredadas en la cintura ajena, sus brazos rodeando el cuello de Emilio y ambos ahogando sus gemidos en los labios del otro, la otra mano de Emilio acariciaba el cuerpo de su prometido con lentitud, tomando especial atención a los pezones sensibles. Después del nacimiento de las niñas, el cuerpo de Joaquín se quedó más sensible que antes y era aún más placentero tener sexo juntos. 

Los gemidos y estremecimientos de su prometido le decían que estaba cerca tan pronto.

— ¿Así? —le preguntó Emilio sobre su cuello, besando y lamiendo hasta su mandíbula y luego al centro de su clavícula, Joaquín enterró sus talones en la espalda baja para hacer más profunda la estocada.

—Ahí —gimió. Emilio siguió moliendo ese punto mágico y pronto tuvo que callar el grito del Omega con un beso más húmedo y torpe, sintiendo también su propio estómago tensarse y gruñir mientras se venía.

Ambos volvieron a quedar laxos en la cama, Joaquín quejándose un poco cuando entró en él el nudo de su Alfa pero suspiró al final. Emilio se alzó ligeramente en sus antebrazos y volvió a besar al Omega, ambos riendo cuando captaron sus propias feromonas en el aire. 

—Bueno, las niñas dormirán hasta entrada la mañana —bromeó Emilio, a lo que Joaquín le pegó en su hombro y ahogaba una risa escandalosa con la palma de su mano.

—Dios, somos terribles padres —murmuró sobre su palma. Emilio besó el dorso de su mano y acarició sus narices.

—Somos grandiosos y lo sabes.

El Secreto de las FloresWhere stories live. Discover now