Entre los cuadros y el pasado.

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Dos semanas después, Emilio estaba seguro que si no veía pronto a Joaquín, se volvería ligeramente loco.

Bueno, tal vez más loco de lo que ya estaba.

Debía estar loco para no poder dejar de pensar en ese Omega precioso y su cita de amigos, donde estuvieron hablando cerca de tres horas o más hasta que le llamaron a Joaquín para retirarse.

—Si sigues mirando hacia la calle, te juro que te voy a dar una patada para que vayas allá —Eric lo sacó de su ensimismamiento cuando habló en voz alta.

— ¿Qué? Yo no —se interrumpió para carraspear y que su voz no se escuchara como un graznido—, yo no estoy mirando a la calle.

Eric lo miró con burla y señaló con sus cejas a la Omega frente a Emilio, que estaba también sonriendo con una pequeña burla mientras esperaba su ramo.

Emilio parpadeó hacia ella y se disculpó, sonrojándose. La Omega se rió discretamente y no le tomó importancia. El Alfa había estado concentrado en las flores mientras las acomodaba para un ramo pequeño hasta que miró hacia la calle y se perdió por unos momentos viendo atentamente, buscando a alguien, sin darse cuenta del ramo inconcluso o de la Omega preocupada de repente porque Emilio no respondía a su llamada.

—De verdad, lo siento de nuevo —le pidió disculpas amablemente a la Omega mientras le entregaba su cambio. La chica sonrió dulce, su ramo de girasoles, rosas y una lili en el centro, brillando entre sus brazos.

—Está bien. Sé lo que es estar conociendo a alguien y sentir esas cosquillas en el pecho de la emoción. Espero que todo te salga bien. Suerte.

Emilio tartamudeó frases sin sentido y la chica se rió, se despidió de Eric, quien también sonreía cómicamente y se empezó a reír en cuanto la puerta se cerró.

—Dios, si supiera que ya estás entregado —se burló de su amigo, pero había una nota cálida entre sus risas. Emilio le lanzó un lápiz que el Beta esquivó ágilmente y se lo puso detrás de su oreja, recargándose en el mostrador y viendo a su amigo con la cabeza ladeada—. Ya en serio —le pidió—, hace dos semanas andas como muerto en vida y solamente viendo hacia la calle, con una mirada de perrito apaleado que me dan ganas de darte una cobija y cantarte la canción de Anna la huerfanita.

— ¿La versión de 2014?

—Prefiero la de 1982, pero si quieres ser más actual, no diré nada.

Emilio entrecerró sus ojos y volvió a lanzarle un lápiz, pero suspiró.

—Uy, alerta suspiro, esto se pondrá bueno -Eric jaló el otro taburete alto y se sentó frente a Emilio, quien estaba medio sentado medio reclinado en el mostrador—. ¿Qué pasó con el Omega?

—Pues, como te dije el lunes, el sábado hablamos durante horas y después lo acompañé hasta la florería para que se fuera a su casa.

—Sigo preguntándome por qué no te dejó llevarlo hasta su casa. No que haya mucha delincuencia, pero es peligroso para un Omega estar solo de noche en las calles.

Emilio lo quiso ver enojado pero era verdad. Había gente mala en todas partes y si veían a un Omega solo, a oscuras y en la calle, podía ser trágico para ese Omega. Su familia estaba peleando para que se implementara una seguridad especial para Omegas en situaciones vulnerables, pero la mayoría de la sociedad seguía viendo a los Omegas como seres especiales para tener hijos y listo.

Era demasiado frustrante ver cómo menospreciaban a sus hermanas y a su mamá por ser Omegas, tratándolas como si no tuvieran la misma capacidad intelectual que los Alfas y Betas. Y claro que no la tenían.

El Secreto de las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora