Capítulo 24

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Después de todo un fin de semana postrada en la cama, levantarme fue una tortura. No quería dejar mi escondite y verme forzada a enfrentar el día.

Papá entró a mi habitación mientras yo miraba por la ventana, intentando acopiar fuerzas. Se sentó a mi lado y se quedó observándome largo rato. No dijo palabra alguna, como en su momento creí que haría, sino que se acostó a mi lado y me abrazó. Así nos quedamos mucho tiempo. Era... reconfortante, creo. Había pasado media hora y yo ya debería haberme bañado y vestido para poder irme al colegio pero papá no se movía.

-¿Quieres… quieres hablarme de lo que pasó con Tony? – giré para poder darle la espalda y cerré los ojos. No sabía por qué, pero comencé a narrarle lo que había pasado la noche del sábado. Me abrazó más fuerte. - Hija, si Tony se puso tan sensible por algo que no es tu culpa debe tener un motivo para ello, ¿no crees? Personalmente me doy cuenta de cuánto te quiere y si te dijo algo como lo que me contaste no fue injustificado. Debes hablar con él. Quédate en casa hoy pero no quiero que Tony sea el causante de que repruebes ¿está bien? Ambos han trabajado mucho para subir tus notas, puedes hacerlo.

Se marchó y me dejó pensando en mi cama. Quería hablar con Tony, pero lo conocía tanto que sabía que él no cedería a hablar conmigo ni por más que le rogara de rodillas. De todas formas, decidí que al otro día intentaría convencerlo de que por lo menos aceptara verme a la cara.

Pero ese día no fue tan bueno como lo había planeado en mi cabeza. Me acerqué a mi asiento en el salón y Tony, al verme, se levantó y fue a sentarse junto a Miranda. Desde allí me lanzó una mirada inexpresiva.

A la hora del receso, fui hasta donde estaba y me paré justo delante de él. No me dijo nada, ni siquiera me dirigió una mirada. Le pedí hablar unos minutos pero su única reacción fue tomarme por los hombros y moverme de su camino. Salió del salón sin prestarme mayor atención. Miranda, que se había quedado a mi lado me miraba con desaprobación en el rostro.

Comenzamos a discutir. Nos reprochamos los motivos más estúpidos, entre ellos, que debía dejar en paz a Tony. Desde ese momento comencé a sentirme más sola que cuando todo este drama había comenzado, justo el día que me sentaron junto a Tony.

Miranda se marchó de la sala y poco más tarde regresó con Tony. Reían y hablaban animadamente, mientras yo, sentada en mi banco, me limitaba a pensar. Intentaba entender cómo todo había terminado así, cómo era posible que alguien o algo pudiera darte la más grande felicidad pero que luego te la quitara sin ningún motivo.

Las últimas semanas de clase las pasé sola. Miranda estaba enojada y Tony no me hablaba. Iba del colegio a mi casa y nada más. Al terminar el curso todo era lo contrario de lo que había planeado meses atrás.

No hablé con mi mejor amiga durante esos tres largos y aburridos meses. De hecho, el único contacto que tuve, además de mi padre, fue Lucas. Vino a casa para hablar conmigo.

Hablamos largo rato, me contó que ahora Miranda era su novia y todo lo que hacían juntos. Me dijo que ella me extrañaba pero que al parecer no cedería ante su orgullo por nadie. La orgullosa Miranda, una característica presente en ella desde que la había conocido, tantos años atrás.

También me relató lo que había pasado la noche de la fiesta, un poco contra mi voluntad, me convenció de que debía saber lo que había pasado.

En resumen, me dijo que habían tomado a Tony y lo había llevado al centro del salón, Lucas había intentado ayudarlo y ambos terminaron bañados en pintura. Luego un chico soberbio, que deduje se trataba de Nick, comenzó a hacer bromas y provocar risas entre todos los presentes. Mientras el indefenso Tony intentaba limpiarse el rostro, le había contado cómo yo, su supuesta amiga, lo había engañado y había planeado toda esa broma.

Pude comprender, al fin, el motivo de su odio hacia mí. Mientras terminaba su narración, sentí lágrimas mojando mis mejillas. Lucas se acercó y me abrazó. Me limité a llorar hasta cansarme, entonces me despedí y Lucas se marchó.

Fue la única persona que me visitó en todo el verano; de vez en cuando salíamos a tomar un café y me hacía reír pero, honestamente, sentía un hueco dentro de mí. Un hueco que, ni con todo el humor y cariño de Lucas, podía llenar. 

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